4° Domingo de Pascua. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

4° Domingo de Pascua. Comentario del Evangelio

Domingo 17 de Abril, 2016

 
Jesús es el Buen Pastor porque nos ha dado la más grande prueba de su amor por nosotros ofreciéndose en la cruz. Se trata de un amor sin límites, “hasta el extremo”. Y esta actitud lo revela como el verdadero Pastor de las ovejas. Entregándose por nosotros ha vencido la muerte que nos amenazaba sin contrapeso. Y así nos ha dado una vida nueva y eterna.

4° DOMINGO DE PASCUA (C)

En la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones oramos al Padre, Dueño de la mies, que envíe operarios a su Iglesia y, en especial, a Nuestra Familia Mercedaria

Textos

Hech 13, 14.43-52            “Nos dirigimos ahora a los paganos. Así nos ha ordenado el Señor”.

Sal 99, 1-3.5                     Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

Apoc 7, 9.14-17              “Porque el Cordero que está en medio del trono será su Pastor”.

Jn 10, 27-30                   “Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen”.

                El cuarto domingo de pascua es el domingo del Buen Pastor, una figura extraordinaria que la Biblia recrea incesantemente. En el Antiguo Testamento es Dios mismo que se declara Pastor del pueblo israelita. Es una preciosa oración el Salmo 23 cuyo motivo de fondo es la confianza que suscita Dios como Pastor del creyente. En el Nuevo Testamento es Jesús que se declara con este título “Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí” (Jn 10, 14). La imagen del Pastor sirve para desarrollar la intensa cercanía y amistad que se da entre Cristo y sus discípulos, relación de mutuo amor, cimentada en estrechas relaciones de reciprocidad. Hay un solo pastor y un solo rebaño. Todos los cristianos somos ovejas que están bajo el único Pastor, Cristo Jesús.

                Y, por otra parte, este domingo cuarto está destinado a la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones en la Iglesia. La relación no puede ser más coherente y feliz, ya que toda vocación a la vida cristiana es respuesta a un acto de predilección y de amor entre Jesús que llama y quien recibe y responde el llamado. No se nos llama para “hacer cosas o prestar algunos servicios”. Se nos llama para abrazar el estilo de vida de Jesús, sus valores, sus actitudes, sus comportamientos, sus criterios, en una palabra su camino y estilo de vida marcado por el reino de Dios y su justicia nueva. Quienes sienten esta llamada, si la acogen, la hacen visible a través de una respuesta radical y total. El llamado ya no se pertenece a sí mismo; pertenece y aprende a vivir como una ofrenda viva que el Espíritu Santo y la Iglesia va modelando desde dentro a través de un largo proceso de formación, hasta ver esculpido en el corazón la imagen del hombre nuevo según el modelo único que es Cristo. Ser cristiano no es un resultado inmediato e instantáneo; hay que aceptar un proceso largo que dura la vida entera de “cristificación”, de hacerse semejante a Cristo. Y como todos somos discípulos, estamos invitados a vivir el Evangelio según el estado de vida que hemos abrazado: unos, los fieles laicos como cristianos que dan testimonio del Evangelio en el mundo familiar y social donde viven y trabajan; otros cristianos, por especial vocación, abrazan el estilo de vida pobre, célibe y obediente de Cristo mediante los votos o compromisos vitales; son los religiosos y religiosas de las variadas familias religiosas. Y otros cristianos, llamados por vocación especial, a abrazar el ministerio sacerdotal como servidores del pueblo de Dios, los diáconos, sacerdotes y obispos. Todos somos cristianos bautizados, llamados a vivir el Evangelio, a buscar con insistencia la santidad de vida y a anunciar a Jesucristo en todo momento y lugar. Somos el Pueblo de Dios que peregrina en este mundo y anuncia el Reino a toda criatura. Cada bautizado está llamado a vivir y a anunciar la Buena Noticia de Jesús. Todos somos discípulos y todos somos misioneros. Somos la Iglesia que convoca, acoge, anuncia, vive, consuela, enseña, conforta, celebra, sana y peregrina en el mundo buscando la patria definitiva.

                En esta semana, que se abre con este especial cuarto domingo de Pascua, oremos intensamente por las vocaciones religiosas y sacerdotales especialmente de la Orden de la Merced.

                Vamos a dejar espacio para contemplar la Palabra de Dios que la Iglesia nos propone en la celebración litúrgica de este domingo.

                La primera lectura de hoy está tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles 13, 14.43-52. Este capítulo se refiere al viaje y misión apostólica de Pablo y Bernabé. El pasaje de hoy parte señalando que ambos siguen viaje desde Perge hasta Antioquía de Pisidia, donde tienen una exitosa misión a partir de la sinagoga. En encendido discurso Pablo expone el testimonio de la Escritura a favor de Jesús tanto su padecimiento como su gloriosa resurrección. Y en Cristo, Dios otorga el perdón de los pecados y la salvación a todos sin distinción de raza o de nación. Ante el anuncio de Pablo muchos paganos aceptan la fe; en cambio, los judíos rechazaron el mensaje, “por envidia” al ver la multitud congregada para escuchar la Palabra de Dios. Pablo y Bernabé toman posición y declaran: “A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios. Pero, ya que la rechazan y no se consideran dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos” (v. 46). Así la predicación del Evangelio dirigida a los paganos se convierte en la prioridad. Pablo y Bernabé serán perseguidos y expulsados de aquel lugar. El anuncio del Evangelio continúa provocando admiración y rechazo, adhesión ferviente y oposición feroz. No se puede permanecer en la neutralidad. Hay que tener la fuerza y franqueza de Pablo y Bernabé para establecer las condiciones que implica abrazar la fe. Termina el texto con un alentador detalle: “Los discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo” (v. 52). La ciudad seguirá contando con el testimonio alegre de cuantos abrazaron la fe gracias al testimonio y anuncio de Pablo y Bernabé. ¿Qué nos enseña este episodio de la predicación de Pablo y Bernabé? ¿Qué nos acontece a nosotros cuando nos identificamos como católicos? ¿Hay rechazo y persecución por causa de la Palabra de Dios?

                La segunda lectura tomada del Libro del Apocalipsis 7, 9. 14-17 nos ayuda a comprender otro aspecto importante de nuestra experiencia como creyentes: cuántos se salvan. Se resuelve el dilema de la historia humana acerca de la salvación. Así comienza el texto de esta segunda lectura: “Después vi una multitud enorme, que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua: estaban delante del trono y del Cordero, vestidos con túnicas blancas y con palmas en la mano” (v. 9). Dios acepta a todos los pueblos, razas y lenguas, a una muchedumbre inmensa e incontable. Se resalta la universalidad de la salvación. Otro detalle importante es la actitud de pie delante del trono y del Cordero, actitud de victoria y muestra que ya están participando de la resurrección de Cristo. Van vestidos con túnicas blancas, es decir, llevan los signos de la gloria definitiva que Dios les había prometido. Llevan palmas en sus manos, signos de triunfo y de pruebas. En el pasado, esta muchedumbre viene de sobrellevar una gran tribulación, una prueba definitiva. Gracias al sacrificio redentor de Cristo han obtenido la purificación de sus pecados y “han lavado y blanqueado sus túnicas”, es decir, sus vidas en la sangre de Cristo, el Cordero Inmolado. Por eso visten de blanco y están en la presencia de Dios glorificados. En el presente del cielo glorifican a Dios siempre, le dan culto día y noche. Se habrá terminado para siempre todo lo que implicaba la existencia terrena marcada por las necesidades materiales. En la eternidad de Dios, el Cordero los apacentará y los guiará a fuentes de agua viva. No habrá más hambre ni sed. Dios será todo en todos.

                El evangelio de Jn 10, 27-30 nos sitúa ante una potente imagen que permitía recordar la alianza y evocaba el cuidado que Dios tiene hacia su pueblo. Dios es el Pastor por excelencia. También con el tiempo se llamaron pastores a los dirigentes políticos y religiosos de Israel porque Dios les había encomendado este servicio. Pero muchos no cumplieron con el cometido y se convirtieron en ladrones y salteadores, lo que permitió que Israel esperara un Mesías que, en nombre de Dios- Pastor, cuidara y apacentara a su rebaño. Jesús declara cumplir con esta promesa y se autodenomina como el Buen Pastor que el Padre ha enviado al mundo.

                En el texto breve del evangelio de este domingo podemos descubrir preciosas pistas para comprender la verdadera  identidad de Jesús. Tres verbos constituyen el ADN de Jesús que lo identifican como el Cristo: conocer, dar vida eterna, no dejar arrebatar, es decir, ofrecer seguridad, proteger en el peligro; son las acciones esenciales que Jesús hace a favor de los suyos, sus ovejas. Jesús es el Buen Pastor porque nos ha dado la más grande prueba de su amor por nosotros ofreciéndose en la cruz. Se trata de un amor sin límites, “hasta el extremo”. Y esta actitud lo revela como el verdadero Pastor de las ovejas. Entregándose por nosotros  ha vencido la muerte que nos amenazaba sin contrapeso. Y así nos ha dado una vida nueva y eterna.

                Pero de nuestra parte ¿qué corresponde hacer para ser ovejas del Buen Pastor? Ante semejante amor incondicional de Jesús Pastor, el hombre responde con el dinamismo de la fe, del creer en Él. Dos verbos expresan esta fe en Cristo: escuchar la voz del Buen Pastor y seguirlo. Son los dos rasgos fundamentales del discípulo: la escucha atenta del Maestro y Pastor y el seguimiento incondicional, radical y para siempre. Estamos así en el corazón de una respuesta a la vocación cristiana, sea laico, religioso o sacerdote. Es fundamental escuchar el llamado del Buen Pastor: Ven  y Sígueme. Todo nace de aquí. Nunca el discípulo “elige” al Señor; siempre es el Señor que toma la iniciativa libérrima y llama a quien quiere, cuándo, dónde y cómo quiere. E incluso la fe brota cuando  el Señor llama, habla, manda. A esa palabra primera que el Buen Pastor dirige, surge una respuesta libre del ser humano.  “Tú me sedujiste, Señor y yo me dejé seducir” dirá el profeta Jeremías para expresar la gratuidad absoluta de la llamada divina.

                Este binomio Buen Pastor – oveja- discípulo expresa la relación de comunión que nace entre el Buen Pastor y el discípulo, una relación que traspasa el tiempo y se proyecta en la vida  eterna. De esta manera, Jesús nos introduce en la comunión más honda que Él tiene con su Padre del Cielo: “El Padre y yo somos uno” (v. 30). El Buen Pastor está sostenido por el amor y el poder del Padre, razón por la cual nada ni nadie puede destruir la comunión entre el Buen Pastor y la oveja – discípulo.

                ¡Qué bien nos hace esta Palabra de Dios en tiempos de desierto y de prueba! No tengamos miedo de vivir a fondo nuestra vocación a la que hemos sido invitados por puro amor. No dejemos que la duda se cierna sobre las exigencias de un llamado: todo es posible en Aquel que me amó y se entregó por mí.

                Un abrazo y hasta pronto.                           Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

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