18° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)
“La corrupción es una obstinación en el pecado, que pretende sustituir a Dios con la ilusión del dinero como forma de poder. Es una obra de las tinieblas, sostenida por la sospecha y la intriga” (MV 19).
Textos
Ecl 1, 2; 2, 21-23 “¡Pura ilusión – dice Qohelet -; Pura ilusión, todo es una ilusión!”
Sal 89, 3-6.12-14.17 Señor, Tú has sido nuestro refugio.
Col 3, 1-5.9-11 “Por tanto hagan morir en ustedes todo lo terrenal: la inmoralidad sexual, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y la avaricia, que es una especie de idolatría”.
Lc 12, 13-21 “¡Estén atentos y cuídense de cualquier codicia, que, por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes!
De la mano de San Lucas continuamos haciendo el camino de Jesús, camino a su Pascua de la cual nace nuestra propia pascua, es decir, un renacer a una vida nueva que nos haga verdaderos ciudadanos del Reino de Dios, desde aquí y ahora. En este domingo la Palabra nos sacude, si es que todavía nos queda capacidad para dejarnos asombrar. Estamos en un momento de adormecimiento de la conciencia individual y colectiva, una sensación que cada uno tiene de vivir como pueda. Hoy el evangelio nos golpea la mesa y nos advierte sobre el Dinero, este medio que se inventó para facilitar el intercambio entre los seres humanos y que se puede convertir en el Poder destructor de los mismos seres humanos. “Hemos de revisar nuestra relación con el dinero, dice José A. Pagola: ¿Qué hacer con nuestro dinero? ¿Para qué ahorrar? ¿En qué invertir? ¿Con quién compartirlo? Hemos de dar pasos eficaces hacia un consumo responsable, menos compulsivo y superfluo: ¿Qué compramos? ¿Dónde compramos? ¿Para qué compramos? Hemos de redefinir el bienestar que queremos disfrutar y defender: ¿Qué bienestar? ¿Para quiénes? ¿Con qué costos humanos? ¿Con qué víctimas?”. (Jesús y el dinero, Buenos Aires, 2013, 59-60). Tener mucho dinero y siempre más hace a la persona insaciable. Esa es la codicia, un vicio desconocido en la cultura del bienestar infinito. Y no olvidemos el remedio para la codicia: “aspirar a tener todo lo necesario para la vida; algo, no todo, lo que en nuestra cultura y condición se considera necesario para llevar una vida digna; y, desde luego, no desear tener ni una sola cosa superflua”, dice Luis González Carvajal. Sobriedad, mesura, templanza son palabras indispensables en el diario vivir del discípulo de Jesús y en toda persona sabia.
Entremos en el mundo de la Palabra de Dios y dejémonos conducir por ella como quien lleva una antorcha encendida en su mano y logra conducirse en medio de la oscuridad. “Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero”, dice el salmista con certeza creyente.
Del Libro del Eclasiastés 1, 2; 2, 21-23
Este es el nombre de un libro del Antiguo Testamento que pertenece a esa magnífica corriente sapiencial que brotó desde el interior de Israel. Se unen aquí experiencia y reflexión generando conocimiento y enseñanza. Tanto el libro de Job como el Eclesiastés o “Qohelet”, éste nombre genérico y misterioso, son los exponentes máximos de la crítica interior al ejercicio de la sabiduría. El “Qohelet” quiere comprender el sentido de la vida y da vueltas y vueltas y siempre se estrella con la muerte, haciendo universalmente famosa la sentencia: “Vanidad de vanidades, todo es pura vanidad” o “Pura ilusión…” La propuesta del autor es aprender a gozar cada día de los pequeños goces de la existencia y tareas humildes que el hombre realiza mientras vive aquí. Para leer el Eclesiastés hay que distinguir dos conceptos generalmente confundidos: ¿Pesimismo o realismo? El pesimismo es esa convicción que nada en la vida tiene sentido, todo es nada y vacío o vivir da náusea, como decía Sartre. En cambio, el realismo es la sabiduría del límite: el sabio sabe que la vida terrena tiene un límite y el sabio se mueve en ese espacio. Desde esta captación realista de una vida humana sin sentido, es posible abrirse al horizonte trascendente de la misma, pero esa tarea queda pendiente a nivel del Eclesiastés. Es también parte del camino del creyente encontrarse consigo mismo en su penuria existencial, en su vulnerabilidad y fragilidad consistente. Sólo así comprende la belleza del camino pascual de Jesús al que está llamado a participar y hacer suyo cada día, como nos lo recuerda San Pablo en la segunda lectura de hoy.
De la carta de San Pablo a los Colosenses 3, 1-5. 9-11
Este es el cuarto domingo en que la segunda lectura de nuestra eucaristía está tomada de este escrito paulino. El texto de esta segunda lectura se refiere a la vida cristiana como una vida liberada de los poderes del mundo, lo que hace inexplicable que los colosenses vuelvan a someterse a prácticas y prohibiciones de antaño. De ahí nace una invitación bien importante: “Por tanto, si han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios” (v. 1). Y esto “porque ustedes están muertos y su vida está escondida con Cristo en Dios” (v. 3). Los cristianos ya viven, aquí y ahora, en este camino pascual cuya meta, ya manifestada en Cristo, también será compartida por ellos: “entonces también ustedes aparecerán con Él, llenos de gloria” (v. 4). Esta es la tarea y misión del cristiano en esta vida: hacer presente en este mundo el futuro de la nueva humanidad a que estamos destinados en Cristo. Es una preciosa invitación para todos nosotros. En lugar de gastar la vida sometiéndose a prácticas “religiosas” basadas en preceptos y enseñanzas humanas, dentro de un cúmulo de ofertas salvadoras de dudosa procedencia, los discípulos deben invertir sus energías en el compromiso por el Reino y el evangelio, transformador de la vida individual y comunitaria. Esto significa abrazar el compromiso radical de “despojarse del hombre viejo y de sus obras” (v. 9). En su dimensión positiva, el cristiano enfrenta el gran desafío de su existencia: “para revestirse del hombre nuevo” (v. 10). La expresión “despojarse del hombre viejo” es equivalente a abandonar el pecado, el gran enemigo de Dios y de la libertad del cristiano. En cambio la expresión “revestirse del hombre nuevo” significa “revestirse de Cristo”, entrar en el dinamismo de la nueva creación en la que los hombres se van renovando a imagen de su Creador. Sólo así se derriban todas las barreras que los hombres establecen porque “Cristo lo es todo para todos” (v. 11). ¿Estamos entendiendo lo que significa ser cristiano? ¿Trabajamos por esa nueva humanidad que Cristo nos ha ganado con su muerte y resurrección? ¿A qué poderes de este mundo estamos sometidos?
Evangelio de San Lucas 12, 13 -21
Jesús va de camino hacia su retorno al Padre y brinda a sus discípulos una pausada instrucción acerca del sentido y exigencias del discipulado. Notemos que la enseñanza del evangelio de hoy está provocada por un hombre que le pide a Jesús que intervenga en un asunto de repartición de herencia entre hermanos. Es la oportunidad en que el Maestro hace descubrir el fondo de la cuestión: la herencia de un padre ha desatado la ambición y avaricia entre los hermanos, motivo de división y discordia. ¡Cuánta coincidencia con tantísimos casos de la vida de ayer y de hoy! Las herencias provocan estragos en las familias porque nacen o se despiertan los poderes dormidos de la ambición y la codicia. Esto motiva una gran enseñanza de Jesús: “¡Estén atentos y cuídense de cualquier codicia, que, por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes!” (v. 15). Jesús se niega a entrar en la desavenencia familiar que le han planteado pero deja clara su posición ante sus discípulos: la vida no depende de los bienes que uno pueda tener sino de Dios como lo dejará al descubierto la parábola que narra.
Esta enseñanza queda ilustrada con la parábola del hombre rico cuyos campos produjeron una abundante cosecha. Si prestamos atención al diálogo consigo mismo podemos descubrir sus prioridades, sus preocupaciones en la vida. Está ante un dilema: ¿Qué haré, que no tengo dónde guardar toda la cosecha?” (v. 17). Ya es notorio que piense sólo en almacenar y guardar su abundante cosecha. ¿Acaso no podría haber otras alternativas? La auto respuesta refuerza el objetivo de fondo: derribar los graneros existentes y construir otros donde pueda almacenar todo el trigo y sus bienes (v. 18). Y entonces queda al descubierto su objetivo de vida: “Querido amigo, tienes acumulados muchos bienes para muchos años; descansa, come y bebe, disfruta” (v. 19). Lo que realmente llena la vida de hombre rico son sus bienes, su plan de vida gira en torno a lo mismo y tiene una visión hedonista de la existencia puramente terrena. Su vida gira en torno a los bienes materiales y a sí mismo. Es un hombre seducido por la riqueza y esto le impide ver la hondura de la vida y la presencia de Dios. Su error no es tener riqueza sino en tenerla sólo para sí. Podemos descubrir los alcance del egoísmo y los estragos de la avaricia, el apego a los bienes y la ausencia de toda otra referencia que no sea su mismo yo.
Dios le sorprende entrando en diálogo con el rico: “¡Insensato, esta misma noche vas a morir! Lo que has acaparado, ¿para quién será? (v. 20). La Palabra de Dios es tajante y hiere como una espada de doble filo. Dice lo que hombre no ve o no quiere ver. Es un juicio de Dios que pone en evidencia lo equivocado e insensato de los planes y proceder del hombre rico en esta parábola. La intervención de Dios siempre arroja luz sobre nuestras equivocadas actuaciones concretas pero no siempre queremos acogerla y preferimos seguir nuestras oscuras sendas que siempre nos llevan al mismo descubrimiento del pecado como egoísmo.
La conclusión de Jesús es siempre actual: “Así le pasa al que acumula tesoros para sí y no es rico a los ojos de Dios” (v. 21). Jesús rechaza la acumulación de bienes en beneficio propio porque esta actitud esclaviza al hombre, lo aleja de los demás, olvida la generosidad y servicio, no cuenta con Dios, Padre de todos. La riqueza se convierte en una idolatría que rompe la fraternidad que Dios quiere entre todos. Este evangelio de hoy nos invita a revisarnos muy profundamente.
Un saludo fraterno, que Dios nos bendiga. Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.