COMENTARIO RELIGIOSO
Domingo 24 de julio 2016
17° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)
Que la Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita con confianza y sin descanso: “Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor, que son eternos” (Sal 25,6) MV 25.
Textos
Gn 18, 20-21.23-32 “Que no se enoje mi Señor si hablo una vez más”.
Sal 137,1-3.6-8 ¡Me escuchaste, Señor, cuando te invoqué!
Col 2, 12-14 Cristo canceló el documento de nuestra deuda clavándolo consigo en la cruz”.
Lc 11, 1-13 “¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!”
“No hay diálogo más verdadero que el que entablas contigo mismo, y este diálogo solo puedes entablarlo estando a solas. En la soledad, y solo en la soledad puedes conocerte a ti mismo como al prójimo, y mientras no te conozcas a ti mismo como al prójimo no podrás llegar a ver en tus prójimos otros yos. Si quieres aprender a amar a los otros, recógete en ti mismo”, decía don Miguel de Unamuno. Y todo lo que aquí menciona está profundamente vinculado con el arte de orar al Padre en espíritu y en verdad. Cuando queremos hacer oración sólo recitando fórmulas aprendidas o de memoria, corremos el riesgo de no entrar en el diálogo ni con nosotros mismos ni con Dios nuestro Padre. Se trata de una oración mecánica, de costumbre, rutinaria, sin compromiso personal. Dejémonos instruir por la Palabra de Dios para aprender a orar de verdad, pero sobre todo fijémonos cómo oraba nuestro Señor a su Padre Celestial; y desde este modelo de oración revisemos nuestras formas de orar. Sólo así haremos que nuestra plegaria sea evangélica, profundamente cristiana. Prestemos atención a la manera cómo oraba María, nuestra Madre y cómo han orado los santos. La oración debe brotar de la hondura de nuestro ser, debe ser auténtica, veraz, sencilla, humilde, confiada, abierta, llena de admiración, de gratitud, de alabanza y de petición. La oración es fundamento de humanización y de divinización del hombre.
Te invito a acoger la Palabra de Dios en este domingo. Dios nos ha preparado un banquete con su Palabra siempre abundante y sorprendente. Gustémosla con fe y esperanza.
Primera lectura: Gn 18, 20-21.23-32
Estamos ante un magnífico texto del Antiguo Testamento y trata de la intercesión de Abrahán, el principal patriarca del pueblo escogido. Según la cronología histórica, Abrahán llegó a Canaán hacia el año 1850 a.C. Estamos ante los recuerdos de los antepasados de Israel entre los cuales está este relato de Gn 18, 16 – 33. Nos llama poderosamente la atención el tipo de relación que Abrahán establece con Dios: se trata de una relación directa como la de amigos. Lo segundo que nos admira es la familiaridad y sencillez con que Abrahán trata con los tres personajes que han sido sus huéspedes, como lo recordamos el domingo pasado, y con Dios mismo, cosa que queda muy claramente expresada en el texto de hoy. ¿Cuál es el mensaje central de este relato? Sin lugar a dudas el sentido religioso y humano que se respira en el texto es la sensibilidad humana por sus semejantes que manifiesta Abrahán, concretamente por la ciudad pecadora que Dios ha decidido destruir. Sin esta sensibilidad por los otros no se desarrolla el sentido de la mediación o intercesión del creyente ante Dios. El telón de fondo es el de la justicia divina que plantea ya el gran tema del obrar de Dios contra el malhechor perjudicando o sin consideración por el inocente. Abrahán es persistente en su súplica y va regateando con Dios la cifra mínima de justos para salvar la ciudad pecadora. Quiere salvar a la ciudad pecadora, símbolo de la humanidad. Tiene la certeza que Dios es justo y también capaz de perdonar, aunque los inocentes sean mínimos. De este modo, la oración de Abrahán, oración de intercesión, deja abierto el camino para llegar a la plena comprensión que el Dios bíblico es justo y sumamente misericordioso y compasivo con el pecador. ¿Es mi oración abierta a las necesidades de los demás? ¿Tengo conciencia que debo interceder por los pecadores, cautivos, enfermos, alejados, perdidos del mundo? ¿Me siento solidario con el pecado de la humanidad?
Segunda lectura: Col 2, 12-14
El brevísimo texto de esta segunda lectura está dentro de una unidad más amplia de Col 2, 6 – 19 y su tema es la vida cristiana, sometida como siempre, a la amenaza de las ideologías sincretistas de ese tiempo y también de los nuestros. El sincretismo es una mezcla explosiva de diversas ideas y conductas con las que muchos cristianos van haciendo la religión a su manera. Es una forma de abandono de la fe que les enseñaron. San Pablo indica que “no se dejen arrastrar por quienes los quieren engañar con teorías y argumentos falsos, ellos se apoyan en tradiciones humanas y en los poderes que dominan este mundo y no en Cristo” (v. 8). Uno de los más grandes riesgos para los cristianos de hoy es el movimiento de la Nueva Era o New Age o las creencias esotéricas como la reencarnación, las cartas astrales, la meditación trascendental, las prácticas adivinatorias y todo aquello que ofrece salvaciones al gusto del consumidor. Muchas de estas creencias asumen un falso ropaje religioso y ético, cumpliéndose la advertencia evangélica de “lobos disfrazados de ovejas”. Cristianos tibios y mediocres son presa fácil de estas propuestas atractivas y sugerentes. Por eso el mensaje de esta segunda lectura no es otro que un llamado y un recuerdo: ustedes han sido sepultados con Cristo en el bautismo y han resucitado con Él por la fe en el poder de Dios que lo resucitó a Él. Gracias a este proceso bautismal de muerte y vida, Cristo nos hizo revivir perdonándonos los pecados. Una hermosísima expresión vale la pena retenerla: “Canceló el documento de nuestra deuda con sus cláusulas adversas a nosotros, y lo quitó de en medio clavándolo consigo en la cruz” (v. 14). No necesitamos salvaciones humanas ni a la carta. Nos basta Cristo y su poder redentor. El cristiano vive un proceso pascual aquí y ahora. Si pudiéramos profundizar en este proceso pascual bautismal, otro gallo cantaría en nuestra vida cristiana. “La realidad es la persona de Cristo” afirma el Apóstol con absoluta certeza. ¿Es así también para ti y para nosotros? ¿Quiénes pretenden alejarnos de Cristo y del evangelio hoy?
Evangelio: Lc 11, 1-13
Estamos siguiendo el “camino de Jesús hacia Jerusalén”, un tiempo de especial instrucción del Maestro a sus discípulos. En este domingo nos encontramos con otra bella página del evangelio de San Lucas. Se trata de la oración y del Padrenuestro, la oración por excelencia. Por eso se dice que esta página es una catequesis sobre la oración cristiana, quedando absolutamente claro que, tanto el discípulo como la comunidad, necesitan orar. Desde la partida, hay que darse cuenta que Jesús enseña una forma de orar entendida como un camino, es decir, un proyecto que compromete la vida entera del cristiano: el Padrenuestro. Es un estupendo resumen de lo que significa el Reino de Dios. Jesús no nos está enseñando una fórmula de oración sino que nos inserta en el movimiento de su Reino, en relación con el Señor y con el prójimo. Quien reza el Padrenuestro sabe que está recordando el proyecto de vida nueva que Jesús nos propone. En esta oración Jesús sintetiza su proyecto de vida y el de su discípulo, es decir, también el nuestro.
En la versión más breve del Padrenuestro, la del evangelista Lucas, la primera realidad es Dios, el Padre, cuyo nombre hemos de santificar con nuestras obras y palabras, y el reino que pedimos y preparamos con nuestro testimonio en palabras y obras, con nuestra conversión o cambio de mentalidad, a fin de que sea visible su presencia entre nosotros. El reino se hace visible, palpable, irradia vida nueva desde nuestro propio compromiso como discípulos de Jesús. El reino no es una realidad territorial o geográfica sino espiritual y se hace germen desde lo más profundo del ser humano, el corazón. “Venga tu reino” es entrar en el proyecto de Dios de lleno, en la nueva fraternidad que se configura desde el reconocimiento de la paternidad única de Dios. Dios es el Padre y nosotros sus hijos en el Hijo.
La segunda realidad que toca el Padrenuestro es el prójimo. Pedimos el pan de cada día no sólo para mí sino para todos, porque todos los dones y bienes son para compartirlos a fin de que todos tengan lo necesario. Es importante captar el espíritu que debe inspirar la oración del cristiano. La palabra pan representa todos los bienes necesarios para una vida digna.
El compromiso de perdonar al prójimo nace del hecho que el Padre nos perdona siempre nuestros pecados. Esto significa que el amor al prójimo está marcado por las dificultades de comprensión, por diferencias, enfrentamientos, conflictos y contradicciones pero evangélicamente hablando, nos comprometemos a sanear las relaciones a través del perdón auténtico, así como cada uno necesita del perdón de Dios. El proyecto de vida del discípulo queda enmarcado en esta necesidad de reconciliación y paz, que hay que construir con el propio esfuerzo y compromiso. Está muy lejos el deslavado ideal del moderno “vivir en armonía”. Por el contrario, el proyecto del reino está vinculado a palabras y acciones que el discípulo enfrenta en el día a día.
Y por último, el “no nos dejes caer en la tentación” es una estupenda advertencia, una forma de decirnos que no hay que dormirse en los laureles. Un estado de alerta permanente, de una sabia y sostenida vigilancia sobre la fragilidad humana del discípulo. El proyecto de vida de un cristiano descansa en este pilar fundamental. Enemigos frecuentes del proyecto de vida son la inconstancia, la fatiga, el desaliento, el afán de tener resultados rápidos del trabajo espiritual desplegado, la realidad del egoísmo como una suma de energías contrarias al reino, la codicia y el mal, todo ello está incluido en “la tentación”. Como se ve no son tentaciones en general sino las ganas de abandonar todo o tirar todo por la borda. Más de alguno cree que la única tentación es la de orden sexual pero se trata de actitudes más hondas en el corazón del discípulo.
Visto así el Padrenuestro no puede convertirse en una repetición mecánica. Nos hace falta orarlo bajo la acción del Espíritu que lo alienta, el profundo Espíritu de los hijos del Padre que quieren, junto a su Hijo, acoger y construir el reino. El resto de la enseñanza sobre la oración del discípulo está inserto en este gran ámbito del encuentro del hijo o de los hijos con su Padre del Cielo.
Un saludo fraterno y mucho ánimo en el ejercicio de la oración cristiana diaria. Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.