21° Domingo durante el año. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

21° Domingo durante el año. Comentario del Evangelio

Sábado 20 de Agosto, 2016

 
"Lo importante no es saber cuántos entrarán al cielo sino cómo estoy viviendo hoy mi compromiso con el Señor, con el evangelio y con el prójimo, es decir, si la fe está animando mi vida entera".

21° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)

La Eucaristía es el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo. Con este Sacramento, Jesús nos atrae hacia sí y nos hace entrar en su dinamismo hacia Dios y hacia el prójimo. DA 251

Textos

Is 66, 18-21         “Pero yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria.

Sal 116, 1-2        Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio. 

Heb 12, 5-7.11-13            “¿Han olvidado ya la exhortación que Dios les dirige como a hijos?”.

Lc 13, 22-30       “Procuren entrar por la puerta estrecha”.

                Seguimos acompañando a Jesús mientras se dirige a Jerusalén. Como Él, todo discípulo es siempre un peregrino que va siguiendo sus huellas, “con sus ojos fijos en Jesús”. Y el Señor va enseñando mientras va haciendo su ruta, la que el Padre ha previsto para Él y para la humanidad entera, una ruta de muerte y vida nueva, una ruta pascual. Va pasando por ciudades y pueblos enseñando que el reino de Dios está haciéndose presente, aquí y ahora, en su palabra y sus obras. Así Jesús aparece como un ejemplo de evangelizador, un misionero infatigable. A uno de los que le escuchan le asiste una gran preocupación y lanza su pregunta: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” El Maestro no responde a la inquietud de la estadística, sino que invita a esforzarse por “entrar por la puerta estrecha”. Esta expresión sirve en el Nuevo Testamento como metáfora para señalar la entrada en el Reino de Dios o al cielo. En San Mateo se nos ofrece la metáfora en sentido más preciso cuando se nos invita a entrar por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella. “¡Qué estrecha es la puerta!, ¡qué angosto es el camino que lleva a la vida!, y son pocos los que lo encuentran” (Mt 7, 13-14). Profesar la fe y vivir los valores del evangelio cada día, con persecuciones o no,  es siempre ir contracorriente, contra lo social y político considerado como “lo normal” e incluso contra lo religiosamente correcto. Nos está costando mucho ser coherentes, firmes, pacientes, sensatos en medio de una cultura que ya no es necesariamente cristiana ni católica como pretendemos soñarlo. San Alberto Hurtado, en el siglo pasado, se preguntaba si Chile era realmente un “país católico” o más bien era un “país en misión”. Ser y vivir evangélicamente no es fácil ni placentero; hay que tomar decisiones después de discernir por qué puerta entramos y qué camino queremos hacer. Ya no es socialmente rentable ser y vivir cristianamente, porque la puerta estrecha es acoger al pobre, al cautivo, a pecadores y despreciados. Y esta es la puerta por donde Jesús atravesó el umbral de la existencia humana. Se hizo pobre, humilde, manso, paciente, servidor, redentor, médico y de este modo hizo una opción preferencial por los más sufrientes de la tierra. Nuestra misión no puede darse de otro modo que no sea al estilo de Jesús. También nosotros entramos por la puerta estrecha del amor redentor, de una “caridad heroica” como la vivió San Pedro Nolasco y una pléyade de hombres y mujeres santos que nunca le han faltado a la Iglesia y cuyo sello no es otro que  el amor que redime, que libera, que se dona.

                Dejemos que la Palabra de Dios nos ayude a discernir la puerta de Jesús y la nuestra, si verdaderamente queremos ser sus discípulos misioneros.

                Isaías 66, 18-21

                Estamos al final del Libro de Isaías. Se trata de un final esperanzador, abierto y universalista hasta extremos insospechados. Una síntesis de los más hermosos temas de este  Libro profético del Antiguo Testamento como la manifestación de la gloria de Dios, la atracción universal y lo completamente inesperado como es la participación de los gentiles como sacerdotes y levitas de la nueva realidad mesiánica. Sólo Dios puede ofrecernos semejante panorama y su Hijo llevarlo a plenitud. Israel, el pueblo escogido, ya nunca más estará solo porque todas las naciones gentiles definitivamente estarán junto a él, unidas en la paz que procede de la gloria de Dios, de su manifestación visible a todos los hombres, de su revelación en Jesús. Así lo dice el profeta: “Pero yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria” (v. 18). Se mencionan los pueblos más significativos, peregrinando de todos los ángulos de la tierra conocida hasta Jerusalén, tales como Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia. Son convocados “quienes nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria y anunciarán mi gloria a las naciones” (v 19). Es una extraordinaria peregrinación de las naciones gentiles hacia el Monte Santo de Jerusalén “como los israelitas traen la ofrenda en una vasija pura al templo del Señor” (v. 20). Y la culminación del encanto del futuro nos lo regala el versículo 21: “De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas – dice el Señor –“. Todos los hombres son abrazados en esta salvación que Dios en su Hijo Jesucristo nos regala. La universalidad del don es una excelente noticia para todos los tiempos y para todos los pueblos sin excepción. La Iglesia es la comunidad de comunidades de los pueblos.

                Hebreos 12, 5-7.11-13

                Continuamos con la Carta a los Hebreos. Esta segunda lectura nos quiere ayudar a comprender el sentido del sufrimiento, para lo cual nos recuerda un pasaje del Libro de los Proverbios (Prov 3, 1-12) que dice que Dios corrige al que ama y aflige al que le es el más querido. El dolor tiene una finalidad pedagógica en el plan de Dios pero no siempre lo vemos de esta manera, de tal modo que nos parece una experiencia infructuosa y estéril. Entonces el sufrimiento es una prueba de que somos hijos de Dios, ya que los hijos deben ser corregidos por el padre. Si somos corregidos por Dios, estamos ante la prueba de que somos sus hijos. El padre corrige y castiga a sus hijos y no se preocupa de los extraños. Por eso, los hijos respetan a sus padres. Desde estos datos de la experiencia humana, el predicador se eleva a la consideración de lo que acontece en nuestra relación con Dios, nuestro Padre. Dios nos corrige mediante el sufrimiento para hacernos partícipes de su santidad o de su vida divina. Es cierto que ninguna corrección es agradable sino dolorosa, aunque después produce frutos saludables. Del mismo modo, para el cristiano el sufrimiento es sufrimiento y lo verdaderamente importante es ver el sentido positivo que tiene. El sufrimiento es un medio que sacude, saca de la seguridad o comodidad o de la autosuficiencia con el fin de despertar en nosotros el ansia de Dios, el deseo de robustecer o enderezar nuestros pasos. El sufrimiento tiene muchos aspectos positivos que no los percibimos mientras estamos metidos en él. El sufrimiento y la corrección nos incomodan, nos enojan e incluso nos hacen entrar en rebeldía pero siempre son una oportunidad para despertarnos de nuestro letargo. El discípulo sabe que debe renunciarse a sí mismo, tomar la propia cruz y seguir las huellas de su Señor y Maestro Jesús. El seguimiento de Jesús implica grandes exigencias y renuncias, tribulaciones y dificultades. El amor siempre “duele” cuando es verdadero.

                San Lucas 13, 22 – 30

                Llegamos  a la plenitud de la Palabra de Dios, el Evangelio de Jesús. Seguimos el camino de Jesús de la mano del tercer evangelio, el de San Lucas, escrito hacia el año 80 de nuestra era cristiana. Es el evangelio del Ciclo C de la Liturgia de la Iglesia que estamos siguiendo este año. ¿Qué nos anuncia este domingo? ¿Cuál es el mensaje que el Señor quiere que asimilemos? “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” Esta pregunta abre la dimensión escatológica de la salvación entendida como entrada en el banquete del Reino. El que pregunta es alguien que ha escuchado el mensaje de Jesús, tiene curiosidad y se sitúa desde fuera del mensaje. La pregunta no es nueva. Era muy frecuente en el grupo de los fariseos y lo sigue siendo a lo largo de los siglos en la Iglesia. Queremos tener una respuesta precisa y definida sobre el número de los que entrarán al cielo. Nos ponemos fuera del problema porque pensamos en los niños que mueren sin bautismo, los infieles, los herejes y los malos. ¿Estarán salvados? ¿Quiénes? Nos preocupa el problema de los demás y dejamos de lado el propio. ¿Qué nos dice Jesús?

                Pero Jesús no satisface nuestra curiosidad, no contestó porque no ha venido a satisfacer curiosidades ni estadísticas ni sondeos de opinión pública. No. Jesús responde con la exigencia del reino y su radicalidad. Su respuesta es tajante: “Procuren entrar por la puerta estrecha, porque les digo que muchos intentarán entrar y no podrán” (v. 24). Jesús nos está diciendo que esto es lo verdaderamente importante y todo lo demás es intrascendente, vacío, sin consistencia. Sin embargo, nos ha costado asumir la respuesta de Jesús. Cada cual frente a la curiosidad planteada tiende a dar respuesta según su particular experiencia como, por ejemplo, los judíos dirán que se salvan los auténticos judíos y se condenan los gentiles. No faltan cristianos que dicen que se salvan los que están en la Iglesia y se pierden los que están fuera. Las sectas tienden a salvar a sus pequeñas huestes de seguidores y a condenar al resto del mundo. ¿Es este proceder el de Jesús? No.  Lo único importante es acoger el reino y vivir el evangelio. En verdad, lo importante no es la suerte que correrán los demás sino el esforzarse por entrar por la puerta estrecha. Es el compromiso y no la curiosidad que importa para la salvación. Y desde aquí Jesús, para avivar o despertar la conciencia de este compromiso, agrega unas palabras de una seriedad  escalofriante. Es dramático sólo pensar en quienes dirán con seguridad pasmosa: “Señor, ábrenos” y recibirán una inesperada respuesta: “No sé de dónde son ustedes” (v. 25). Aunque hayan compartido la mesa del Señor y escuchado atentos sus palabras y consideren que son sus amigos, Jesús declara que son sus enemigos, no los reconoce y dice: “Apártense de  mí, malhechores” (v. 27). ¿Quiénes son éstos que creen ser amigos de Jesús y Él no los conoce? Son los judíos que no se han convertido ante la llamada de Jesús en su predicación y sus acciones. Son los cristianos que han comido con Jesús (la eucaristía), han escuchado su Palabra y han invocado al Señor en la plegaria pero no han recibido el reino, no han cumplido su Palabra y viven en la “injusticia” (pecado). Y si hay una pertenencia sólo externa a la  Iglesia, sin compromiso de vida, se comprende que Dios regala el reino a otros que vienen de oriente y occidente, los que eran los últimos, y entran al reino siendo los primeros. Éstos últimos “se sentarán a la mesa en el reino del Señor” (v. 29) y los primeros llamados recibirán esta sentencia: “Allí será el llanto y el crujir de dientes…mientras ustedes sean expulsados” (v. 28). Lo importante no es saber cuántos entrarán al cielo sino cómo estoy viviendo hoy mi compromiso con el Señor, con el evangelio y con el prójimo, es decir, si la fe está animando mi vida entera.

                Una oportuna advertencia para combatir tanta autosuficiencia y arrogancia incluso religiosa y volver a andar a pie descalzo por los senderos de una vida pobre, servicial y entregada.

                Un saludo fraterno y que el Señor nos bendiga y nos guarde. Fr. Carlos A. Espinoza I.      

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