26º domingo durante el año. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

26º domingo durante el año. Comentario del Evangelio

Domingo 25 de Septiembre, 2016

 
El tema de la riqueza y de los bienes materiales ha sido en estos últimos domingos un asunto recurrente en el evangelio de San Lucas. Tal hecho no es antojadizo ni fortuito; constituye el peligro mayor para la vida del discípulo cristiano ya que el dinero es una idolatría, un culto a la riqueza. ¿Qué nos enseña Jesús cuando pone en tan abierta oposición dos formas de vida: una de un hombre rico y otra la del pobre llamado Lázaro?

26° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)

                  “La evangelización requiere la familiaridad con la Palabra de Dios y esto exige a las diócesis, parroquias y a todas las agrupaciones católicas, proponer un estudio serio y perseverante de la Biblia, así como promover su lectura orante personal y comunitaria” (Evangelii Gaudium 175).

Textos:

Am 6, 1.4-7         “¡Ay de los que se sienten seguros en Sión!”.

Sal 145, 7-10      ¡Alaba al Señor, alma mía!

1Tim 6, 11-16    “Busca la justicia, la devoción a Dios, la fe, el amor, la paciencia, la bondad”.

Lc 16, 19-31       “Hijo, recuerda que en vida recibiste bienes y Lázaro por su parte                                                                desgracias”.

                  Seguimos el hilo conductor del evangelio de Lucas, el gran viaje de Jesús a Jerusalén, un espacio especialmente dedicado a la instrucción de sus discípulos frente al anuncio de su “partida”, es decir, “cuando se iba cumpliendo el tiempo de que se lo llevaran al cielo, emprendió decidido el viaje hacia Jerusalén” (Lc 9, 51). A partir de aquí, el viaje de Jesús a Jerusalén ocupa una extensión mayor en Lucas que en Marcos y Mateo. Es el motivo central de la sección de Lc 9, 51 a 19, 28. No es un tema geográfico sino el camino de la Pascua de Jesús, es decir, el “paso” de Jesús de este mundo al Padre. Es el “éxodo” que Jesús enfrenta decididamente como el camino que el Padre le pide hacer. Es enfrentar el desenlace de la vida de Jesús desde su muerte y resurrección. De esta manera Jesús prepara a sus discípulos y los introduce en su Pascua desde la propia experiencia que vive junto a ellos. Conviene no olvidar este proceso pascual de Jesús y nuestro. No podemos esperar la muerte para plantearnos frente a la Vida Eterna. Es necesario, como Jesús, también decidirnos a mirar de frente nuestra pascua, es decir, nuestro morir y vivir para Dios en Cristo Jesús. Sólo desde esta perspectiva tienen sentido todas las exigencias que Jesús nos está señalando  como condiciones para seguirlo cada día. Sin la memoria de la Pascua, nuestra vida cristiana huele a moralismo vacío, a exigencias extremas, a legalismo frío. Estamos de viaje y la Palabra nos ayuda a asumir esta realidad con la misma lucidez y valentía de Jesús, nuestro Maestro y Salvador. Hay que tener agallas para ser y vivir como cristianos. Toda actitud neutral, acomodaticia, vaga y tibia no sirve para hacer el camino pascual junto a Jesús y con María, la fiel discípula y pedagoga del evangelio.

                  Hagamos nuestro momento con la Palabra de Dios. Dejemos, como María, espacio en la mente y en el corazón para acoger el mensaje como estupendo regalo de Dios. Dejemos que anide en lo más profundo de nuestro ser como la semillita que va germinando misteriosamente por la fe y el amor. ¡María, virgen oyente de la Palabra, enséñanos a escuchar al Señor!

                  Del profeta Amós 6, 1.4-7

                                 Continuamos con este profeta del Antiguo Testamento. Notemos que el texto de hoy comienza con un “¡Ay de los que se sienten seguros en Sión!” Es el tercer “Ay”. El primero se inicia en el capítulo 5, 7: “¡Ay de los que convierten la justicia en veneno y arrastran por el suelo el derecho!” El segundo en el capítulo 5, 18: es el “Ay” se refiere al culto y la justicia. Y el tercero se refiere al lujo y las riquezas. Así se cierra la segunda parte del Libro de Amós (c. 3-6). Con estos “Ay” se quiere grabar en la mente de los oyentes, de forma imborrable, el contenido de los mismos. El profeta se encara valientemente con los dirigentes de Samaría y denuncia la situación social e histórica y forja un criterio válido para siempre: condena la confianza fetichista que se puede poner en ritos, ciudad santa, posesión de bienes temporales y jerarquías con el fin de encubrir las injusticias y desórdenes de la diaria convivencia. Desde aquí condena los vicios que el profeta, como hombre de su tiempo, conoce bien y de los cuales, a modo de ejemplo, indica en la lectura de hoy (v.4-6). La conclusión es la consecuencia de semejantes desórdenes: “Por eso irán al destierro, a la cabeza de los deportados y se acabará la orgía de los libertinos” (v. 7). No olvidemos que Israel, en estos momentos de Amós, goza de una buena situación social y económica. Hay un aire de triunfalismo en el ambiente y viven de la sensación de una relativa paz y tranquilidad. La advertencia inicial de la primera lectura sigue vigente: “¡Ay de los que se sienten seguros en Sión y confían en el monte de Samaría!”(v.1). Debajo de esta sensación se esconde un clima de empobrecimiento no sólo material sino espiritual y moral. ¡Cómo nos parecemos al Israel de Amós!

                  De la Primera Carta de San Pablo a Timoteo 6, 11-16

                  ¿De qué depende la credibilidad del anuncio? ¿Sólo de la gracia de Dios o también del talante del evangelizador? La segunda lectura nos ofrece un perfil del buen pastor o buen catequista o buen evangelizador. Antes San Pablo le ha recordado a su colaborador Timoteo que hay también “falsos doctores” o falsos pastores o falsos catequistas, etc. Si deseas saber cuál es el perfil del falso cristiano lee los versículos 3 a 10 de este capítulo 6. Lo que hoy nos ofrece la segunda lectura es lo opuesto a los falsos doctores y se refiere a todo líder cristiano sin excepción. Mírate ante esta radiografía y sabrás si estás en la buena senda o andas perdido aunque seas catequista de años o cura de campanillas. Un hombre o mujer, cristianos creíbles, convencidos y convincentes, por sus palabras y por sus obras, debe ser y vivir como “hombre o mujer de Dios”, porque así lo somos desde nuestro bautismo. Debe huir de todo mal proceder en público y en privado, sin aparentar ser cristiano sino ser honesto y sinceramente siempre tal. Sin embargo, con mayor razón deben serlo los líderes como los obispos, los sacerdotes y diáconos, los animadores de comunidades, los catequistas, los liturgistas, cualquiera que ocupe un lugar de servicio en la Iglesia como los religiosos y religiosas. Pero esto no es gratis. Hay que tener valor para la lucha contra el mal que está en cada uno. Dice San Pablo: “Pelea el noble combate de la fe. Aférrate a la vida eterna, a la cual te llamaron cuando hiciste tu noble confesión ante muchos testigos” (v. 12). Basta de discursos y largas charlas. Hay que ponerle el hombro a la cruz y no seguir hablando de ella como enemigos de la misma. Es la invitación constante del Papa Francisco porque la mejor predicación es la del ejemplo de vida.

                  Del evangelio de San Lucas 16, 19 – 31

                  El tema de la riqueza y de los bienes materiales ha sido en estos últimos domingos un asunto recurrente en el evangelio de San Lucas. Tal hecho no es antojadizo ni fortuito; constituye el peligro mayor para la vida del discípulo cristiano ya que el dinero es una idolatría, un culto a la riqueza. El domingo pasado escuchamos, entre otras hermosas consideraciones, que Jesús decía: “No pueden estar al servicio de Dios y del dinero” (Lc 16,13). Pues bien, en el evangelio de este domingo estamos ante una parábola, una comparación a partir de una historia posible. Hay que destacar un hecho único en el género de las parábolas como es que uno de los protagonistas reciba un nombre propio como “Lázaro”, que en hebreo significa “aquel a quien Dios presta ayuda”, y no tiene nada que ver con el hermano de Marta y María que Jesús resucita. Probablemente San Lucas ha querido resaltar la condición  del pobre acudiendo a un nombre que refuerza ese sentido. En su evangelio claramente resaltan los pobres como los preferidos de Dios y de Jesús. Por cierto la pobreza no en sentido restrictivo de pobreza material solamente sino de la pobreza bíblica o evangélicamente entendida, como una actitud existencial íntegra del hombre  ante Dios y su misericordia. La pobreza como indigencia existencial y no sólo como carencia de bienes materiales o económicos contiene una virtud muy potente que es la confianza en Dios.

                  Si estamos ante una parábola corresponde preguntarse por el punto central de la misma, es decir, lo que Jesús quiere enseñar en relación  al Reino de Dios que él anuncia y realiza. ¿Qué nos enseña Jesús cuando pone en tan abierta oposición dos formas de vida: una de un hombre rico y otra la del pobre llamado Lázaro? Hay un contraste evidente entre dos estilos de vida. Mientras el rico goza de su fortuna (con estatus material, intelectual o religioso), deja que a su lado muera un pobre hambriento, enfermo y solo. Acontece, en el fondo, que ante Dios se invierten los papeles: el que se jacta como rico en este mundo es un pobre. Como es lógico su vida acaba en el sepulcro. La parábola indica el opuesto destino: “Murió el pobre y los ángeles lo llevaron junto a Abrahán. Murió también el rico y lo sepultaron” (v. 22). En cambio el pobre estaba abierto a la grandeza de Dios, que se preocupa de los pobres de este mundo. Con la muerte se desvela el verdadero misterio del destino de cada uno, si haya sido rico o si fue pobre.

                  Esto que hemos comentado, es el trasfondo de la parábola: seremos juzgados por el compromiso con los demás, especialmente con los pobres. En el diálogo entre el rico y Abrahán queda claro que para el rico su muerte se debe a la ignorancia que se tiene acerca de lo que pasa realmente. Por eso suplica que vaya alguien a comunicarles a sus parientes lo que pasa finalmente. La respuesta de Abrahán es contundente: “Tienen a Moisés y los profetas: que los escuchen” (v. 29). Pero si no convence su verdad, tampoco servirá ningún milagro que se pueda hacer en la tierra. “Si no escuchan a Moisés ni a los profetas, aunque un muerto resucite, no le harán caso” (v. 31). Así permanece con absoluta certeza que el camino de la fe es acoger el anuncio del Reino que Jesús y la Iglesia hacen como camino de salvación.

                  ¿Por qué se condena el rico y se salva el pobre? El rico se condena por el hecho de no haber recibido la vida como un don y no haber ofrecido su ayuda al pobre enfermo hambriento que se consume precisamente al lado de su puerta. La riqueza, tomada en sí misma, no es pecado sino la falta de solidaridad que divide a los hombres, que permite que unos abunden en bienes mientras otros se consumen en su hambre y miseria. “Danos, Señor, ojos para ver al pobre y manos para ayudarlo”. Mucha abundancia de bienes impide descubrir al necesitado aunque esté bajo el mismo techo. Los bienes materiales nos insensibilizan ante los demás porque, muchas veces, nos despojan de Dios y nos impiden el gesto solidario. Dicen que en nuestro tiempo no vemos a los pobres en su gigantesca gama de situaciones penosas como una manifestación del individualismo reinante.  

                  Que el Señor nos ilumine con su Espíritu y nos conduzca a la verdad plena y no esperemos un milagro para tomarnos en serio la vida presente y el compromiso por el Reino.                                             Fr. Carlos A. Espinoza I.     

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