25° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)
Textos
Am 8, 4-7 “Escúchenlo los que aplastan a los pobres y eliminan a los miserables”.
Sal 112, 1-2.4-8 ¡Alaben al Señor, que alza al pobre!
1Tm 2, 1-8 “Quiero que los hombres oren en cualquier lugar”.
Lc 16, 1-13 “Un empleado no puede estar al servicio de dos señores: porque odiará a uno y amará al otro”.
¡Felices Fiestas Patrias! Junto a las celebraciones que vivimos en estos días, no habría que olvidar la sabia y actual recomendación de San Pablo a su discípulo Timoteo cuando le recomienda que se ofrezcan súplicas, peticiones, intercesiones y acciones de gracias por todas las personas incluidas las autoridades. Esto significa que la construcción de la sociedad humana no puede hacerse de espaldas al Señor, Padre y Creador de todo. La oración tiene esa amplia gama de manifestaciones y la primera gran tarea de la comunidad cristiana y de cada bautizado es precisamente la oración. ¡Cuánta falta nos hace la oración en familia! Pretendemos construir un modelo de familia sin plegaria, sin Dios, sin trascendencia; y en esas condiciones el empeño hace agua porque le falta un componente fundamental en la experiencia de la persona humana. Cuando falta la espiritualidad nuestra visión de la vida, de los demás y de las cosas es tan estrecha y limitada que quedamos atrapados en un enjambre de ocupaciones y preocupaciones que no nos permiten abrirnos al horizonte maravilloso de nuestra vocación trascendente. Nuestro Chile está enredado en un proyecto extraño a su rica tradición cristiana católica, a su innata hospitalidad, a su ser más profundo jalonado de héroes, poetas, cantores a lo divino y a lo humano, de capacidad para enfrentar las adversidades, de su democracia y entendimiento. Estamos ante un modelo extraño de convivencia social. El Te Deum, expresión de la acción de gracias, de la súplica, de la intercesión de la Iglesia por esta querida tierra, se inscribe en esta línea continua de Oración por Chile. Unámonos a esta plegaria de gratitud. Nos hace mucho bien. Si seguimos la ruta de la rabia o crispación permanente, seguirá aumentado la cifra de ese 17,2% de chilenos y chilenas que están ya metidos en la depresión, según el informe de la OMS. Este porcentaje significa que de cada cinco personas una está metida en la depresión.
Un remedio extraordinario para el ser humano y su espiritualidad es la Palabra de Dios. Con María, la virgen oyente de la Palabra, te invito a acoger el mensaje que el Señor quiere para nosotros. Que el Espíritu Santo nos regale el don de discernimiento y de sabiduría.
Primera lectura: Amós 8, 4-7
Amós, nacido en Tecua, muy cerca de Jerusalén, perteneciente al reino de Judá, desarrolla su actividad profética en el reino del norte o reino de Israel, bajo el reinado de Jeroboán II entre los años 782 – 753 a.C. Es un tiempo de prosperidad material y paz. Pero, si leemos a los profetas Oseas y Amós, nos damos cuenta que la situación social revelaba tres problemas principales: la injusticia social, el sincretismo religioso y la idolatría, y la exagerada confianza en los bienes materiales. Nos hace bien leer este profeta con su vigorosa denuncia y su indignación ante los males de su tiempo y también de los nuestros.
Nuestro texto de hoy se sitúa en el conjunto de las llamadas Visiones que se inician en el capítulo 7 y concluyen con el capítulo 9. El texto de hoy corresponde a la cuarta visión en la que se subraya hasta qué punto ha llegado la corrupción de Israel, el pueblo de Dios. Se trata de la canasta con higos maduros, símbolo de Israel que está “pasado de maduro” en la corrupción hasta tal punto que Dios dice: “Maduro está mi pueblo, Israel, y ya no volveré a perdonarlo” (8, 2). El mensaje de la primera lectura es claro: junto con la realidad del cumplimiento del culto debe cuidarse la justicia con los pobres y miserables. El profeta denuncia que las mismas celebraciones y el cumplimiento del culto están viciadas porque son ocasión para perjudicar a los pobres. Engaño, fraude y especulación con los precios alcanzan su punto más alto en la corrupción cuando afirma: “Para comprar por dinero al indefenso y al pobre por un par de sandalias” (v. 6). El pobre se tiene que vender por cualquier cosa para sobrevivir. Y esto es la expresión del colmo al que ha llegado Israel, razón por la cual “¡Jura el Señor por la gloria de Jacob no olvidar jamás lo que han hecho!”(v. 7). La fe en Dios no puede desentenderse de la realidad social en que se vive ni menos ser usada para encubrir los pecados contra la justicia. ¡Cuánta verdad encierran las palabras proféticas!
Segunda lectura: Timoteo 2, 1-8
Con esta primera carta a Timoteo se abren las Cartas Pastorales, llamadas así por el cuidado pastoral que deben brindar los pastores a la comunidad cristiana. Se trata de tres cartas: dos dirigidas a Timoteo, obispo de la iglesia de Éfeso, y una a Tito, obispo de Creta. De las tres es autor San Pablo y los dos destinatarios son sus colaboradores. El texto de esta segunda lectura tiene como tema de fondo la oración. Queda clara la intencionalidad de proponer normas concretas para la buena marcha de la comunidad y, en este caso, sobre el deber de la comunidad de orar. Es la primera obligación de una comunidad cristiana: la oración. Resulta instructivo conocer detalles de cómo y por quién oraban las comunidades cristianas. Se trataba de una oración variada y espontánea constituida por súplicas, peticiones, intercesiones y acciones de gracias. Lo segundo que podemos destacar era por quienes se hacía: por los soberanos y autoridades especialmente. Es una oración universal: todos los hombres quedan incluidos en la plegaria de la comunidad cristiana. Así la Iglesia ejercita su universalidad y pone en ejercicio aquella convicción absoluta: Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Y otro aspecto de esta universalidad es que la oración cristiana abraza a cristianos y paganos en el único mediador de la salvación, Jesucristo “hombre él también que se entregó en rescate por todos” (v. 6). Finalmente resulta interesante que la oración hecha por los soberanos y autoridades muestra a los cristianos como personas favorables al buen orden de la sociedad y preocupados “para que podamos vivir tranquilos y serenos con toda piedad y dignidad” (v. 2). Así se señala que los que integran las comunidades cristianas no son contrarios al orden que los hombres se dan. Interceder por los hombres, incluso los no creyentes y enemigos de la fe, es parte importante del deber fundamental de orar. Somos mediadores de la humanidad ante Dios.
Evangelio: Lucas 16, 1-13
Nos encontramos con una parábola (16, 1-8) y unas enseñanzas acerca del uso del dinero (16, 8b -13). ¿Cuál es el mensaje de esta palabra de Jesús? ¿Qué pretende enseñarnos con la parábola del administrador astuto? Veámoslo.
La parábola tiene como protagonista a un administrador acusado ante su amo de malversar sus bienes o que estaba derrochando los bienes de su amo. Esto motiva la solicitud de rendir cuentas de su administración “porque ya no podrás seguir en tu puesto” (v.2). El despedido reflexiona sobre su nueva situación y actúa con prontitud con el fin de asegurarse que cuando lo despidan alguno lo reciba en su casa. Y lo que hace, además de derrochar los bienes del amo, falsifica unos recibos favoreciendo a algunos deudores y perjudicando al amo. Concluye la parábola: “El dueño alabó al administrador deshonesto por la astucia con que había actuado. Porque los hijos de este mundo son más astutos con sus semejantes que los hijos de la luz” (v. 8).
Jesús no aprueba ni propone el engaño, el acto deshonesto del administrador, como si fuera un ejemplo a seguir. Lo que sí destaca es la sagacidad y astucia para prever el futuro que le tocaría enfrentar. Es una invitación a los discípulos, hijos de la luz, a ser también astutos y sagaces para anunciar el Reino. Es indispensable que el cristiano esté despierto, vigilante, atento a los signos de los tiempos, es decir, a los hechos, las personas, las situaciones reales que vive para encontrar en ellas la forma de vivir y anunciar el Evangelio. No cabe duda que los hijos de este mundo son más astutos para hacer el mal que los cristianos, que se adormecen en su fe.
Luego Jesús nos ofrece tres aplicaciones prácticas: la primera se refiere al uso de los bienes materiales de parte del cristiano, viviendo el desprendimiento y ganarse amigos que le abran las puertas del cielo. ¿Quiénes son esos amigos? No lo precisa el texto pero, con toda probabilidad, se refiere a los pobres o a aquellos que se beneficiaron de los bienes terrenos y que en el día del juicio intercederán por sus benefactores. “Y yo les digo que con el dinero sucio se ganen amigos, de modo que cuando se acabe, ellos los reciban en la morada eterna” (v. 9). El “dinero sucio” es el mal obtenido, con engaño, con malicia, con deshonestidad, en una palabra todo bien material, el dinero mismo en comparación con los bienes eternos.
La segunda aplicación (v 10-12) se refiere a lo concreto de cada día. Usa un paralelismo entre “ser fiel en lo poco”, que se refiere a los bienes de este mundo y “ser fiel en lo mucho”, que es el verdadero bien del Reino, el cielo. Y si alguno es deshonesto en los bienes terrenos, es decir, “lo poco”, será también deshonesto en los bienes eternos, es decir, “lo mucho”. Por lo tanto, no hay que darle carácter de eterno a lo que es puramente pasajero como los bienes terrenos y actuar con inteligencia y verdadera astucia y sagacidad para conseguir los bienes eternos, el cielo.
La última aplicación (v. 13) se refiere a la actitud que un discípulo de Jesús debe tener frente al dinero. El planteamiento es radical: o Dios o el dinero. Este último es un poderoso ídolo para el ser humano que se adueña de su vida y le impide seguir al Dios verdadero, el Padre de Jesucristo. De ahí la insistencia en optar por uno o por otro; los dos son incompatibles. Eso significa la sentencia: “No pueden estar al servicio de Dios y del dinero” (v.13).
Que el Señor nos bendiga y nos de su gracia para seguir viviendo en esta clave del Reino de Dios nuestra vida presente. Pidámosle a la Virgen de la Merced que nos ayude a romper las ataduras que nos están impidiendo ser felices de verdad. Fr. Carlos A. Espinoza I.