30° Domingo durante el año. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

30° Domingo durante el año. Comentario del Evangelio

Sábado 22 de Octubre, 2016

 
Celebramos la Jornada Mundial de las Misiones (DUM), ocasión para orar por las misiones que la Iglesia sostiene en el mundo dentro de la diversidad de culturas y pueblos. El Evangelio y la persona de Jesucristo son anunciados también hoy con renovado fervor obedeciendo al mandato misionero de Jesús: “Vayan por todo el mundo y anuncien el evangelio”. También será oportuno ofrecer nuestra contribución económica a través de la Colecta de las Misione

30° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)

“La Iglesia peregrinante es misionera, porque toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio del Padre”. Por eso, el impulso misionero es fruto necesario de la vida que la Trinidad comunica a sus discípulos” (DA 347).

Textos

 Eclo 35, 12-14.16-18       “La oración del humilde atraviesa las nubes”.

Sal 33, 2-3.17-19.23    El pobre invocó al Señor, y Él lo escuchó.

2Tim 4, 6-8.16-18             “Pero el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas”.

Lc 18, 9-14                          “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador”.

                En este domingo se realiza en el país el acto eleccionario de alcaldes y concejales. Se espera que los ciudadanos concurran a ejercer su derecho ciudadano para hacer primar sus opciones por las personas que serán elegidas para el servicio público. Desgraciadamente se ha instalado la abstención como práctica que ha ido en aumento, y que deja la votación en manos de las pequeñas minorías, normalmente más disciplinadas en el ejercicio ciudadano. Nuestros Obispos han recordado que votar es un acto ético que afecta, por lo tanto, la conciencia de cada uno de los que habitamos en esta hermosa tierra. Elegir es un derecho y un deber, por mucho que se diga que no es un acto obligatorio sino voluntario. Son las trampas de quienes hacen las leyes. Un acto, si es bueno por naturaleza, hay que moralmente realizarlo, salvo que existan circunstancias que lo hacen imposible como una grave enfermedad, etc. Es el problema de los legisladores que no prevén los efectos negativos que tiene una determinada ley como es el caso de quitarle obligatoriedad al derecho ciudadano de votar para elegir a los servidores públicos.

                Y hoy es la Jornada Mundial de las Misiones (DUM), ocasión para orar por las misiones que la Iglesia sostiene en el mundo dentro de la diversidad de culturas y pueblos. El Evangelio y la persona de Jesucristo son anunciados también hoy con renovado fervor obedeciendo al mandato misionero de Jesús: “Vayan por todo el mundo y anuncien el evangelio”. También será oportuno ofrecer nuestra contribución económica a través de la Colecta de las Misiones. Si hemos recibido el Evangelio y permanecemos en la Iglesia, también como discípulos misioneros de Jesucristo queremos ayudar para que otros pueblos reciban la Buena Noticia de la salvación.

                Dejemos que la Palabra de Dios de este domingo nos invite a renovar nuestra conversión personal y comunitaria al Señor, al Evangelio, al Reino de Dios. Bajo la luz del Espíritu Santo mirémonos en el espejo de la Palabra de Dios.

 

                Del Libro del Eclesiástico 35, 12-14. 16-18

                El texto de esta primera lectura está tomado de la sección que puede resumirse en los gritos del pobre y abarca los versículos 14 – 26 del capítulo 35. También podría llamarse la misericordia hacia el oprimido. Por razones de pedagogía, brevedad y sentido la liturgia de la Iglesia nos propone hoy estos versículos. El autor nos ofrece una hermosa descripción de la misericordia de Dios hacia los pobres, oprimidos, huérfanos, viudas. Resplandece la justicia de Dios que no hace distinción de personas ni a nadie favorece en perjuicio del pobre. Dios está atento y escucha el clamor de los empobrecidos como aconteció con los esclavos en Egipto. Es la verdadera imagen de Dios, que se conmueve y compadece del oprimido y afligido. Quedémonos con la frase que resume esta primera lectura: “La oración del humilde atraviesa las nubes y no para hasta alcanzar su destino” (v. 17). ¿Cuántas veces creyentes piadosos apoyan o realizan actos contrarios a la justicia en nombre de Dios? ¿Acaso la fe cristiana no incluye la virtud de la justicia como fundamental? ¿Somos misericordiosos como el Padre es misericordioso?

                De la segunda carta de San Pablo a Timoteo 4, 6-8.16-18

                San Pablo hace las últimas confidencias a su “querido hijo Timoteo”, obispo de Éfeso. El apóstol ve muy próxima su partida de este mundo y la relaciona con el sacrificio litúrgico. La imagen del atleta está en el trasfondo de sus palabras: “He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he mantenido la fe” (v. 7). Su vida se resume en el servicio que ha prestado en la difusión de la Palabra de Dios, o mejor todavía, del Evangelio. Es la hora de concluir esta larga carrera tras las huellas de Cristo, una carrera marcada por la fidelidad a la consecución de la meta. Ahora espera la corona de la justicia “que el Señor como justo juez me entregará aquel día” (v. 8). Es el premio que esperan recibir también los que esperan la manifestación de Jesús, en su segunda venida. Concluye afirmando que, aunque todos los abandonaron cuando tuvo que comparecer ante los tribunales, no le faltó el consuelo del Señor: “El Señor, sí, me asistió y me dio fuerzas” (v. 17). ¿Qué me enseña este testimonio de San Pablo? ¿Es mi vida reflejo de un compromiso a fondo con el Señor y el Evangelio? ¿Entiendo las dificultades que encuentro en el camino como oportunidades para acrecentar mi fe y mi amor a Cristo?

                Del evangelio de San Lucas 18, 9-14

                Estamos ante una paradojal parábola conocida como el fariseo y el publicano o recaudador de impuestos. Paradojal porque el fariseo del tiempo de Jesús y de todos los tiempos es una persona piadosa y fiel cumplidora de todo lo mandado en la Ley de Dios, de tal modo que lo que decía en su oración no era mentira sino verdad: no robaba ni cometía adulterio, ayunaba y pagaba el diezmo de todo lo que ganaba. ¿Por qué Jesús señala entonces que su oración de nada sirve y no le obtiene la justificación ante Dios? En verdad, Jesús no condena su forma de orar sino la actitud vital que está en el fondo. Jesús condena su orgullo, hipocresía y arrogancia que lo llevaba a separar las personas en clases, a vivir esclavo de una religión formal y rígida, severa y legalista, a manipular a Dios y a creer que la salvación se gana con el propio esfuerzo. El fariseo no pide nada a Dios y se presenta como un hombre satisfecho de su condición bajo la pretensión de ser justo. Se presenta “erguido”, muy seguro de sí mismo, enumerando sus obras buenas, a modo de escudo o coraza protectora. Su oración es un monólogo de autocomplacencia. No es como los demás hombres, enumera los vicios de los otros y juzga severamente el comportamiento del recaudador de impuestos.

                El otro personaje es el publicano o recaudador de impuestos. Se presenta como el que no tiene nada que ofrecer a Dios, nada de que vanagloriarse. Se coloca a distancia, inclinado, sin atreverse siquiera a levantar los ojos al cielo. Su oración es un reconocimiento de su condición de pecador. Siente la necesidad de ser salvado y espera ser perdonado. Así dialoga con Dios: “Oh Dios, ten piedad de este pecador” (v. 13).

                Jesús declara: “Éste volvió a casa absuelto y el otro no. Porque quien se alaba será humillado y quien se humilla será alabado” (v. 14). Esta conclusión de la parábola es una constante de todo el evangelio. Se refiere a la gratuidad de la salvación y a la necesidad de acogerla, antes que merecerla mediante méritos personales, y esto significa comenzar desde lo más profundo y real de nosotros mismos, desde aquello que nos avergüenza, desde aquello que queremos encubrir o tapar mediante la máscara defensiva. Sin este descenso a lo más profundo de nosotros mismos, no puede haber conversión y absolución de nuestro pecado. Este es el camino de la auténtica dignidad humana y de la condición de los hijos de Dios. Sólo así podemos encontrarnos con nuestra verdadera y real imagen, en la desnudez y desenmascaramiento del yo profundo.

                Notemos la intencionalidad de la parábola: “Por algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, les contó esta parábola” (v. 9). No se trata sólo del auditorio de los tiempos de Jesús. Es posible que hoy haya aumentado el auditorio con estas características. El fariseo es una persona satisfecha de sí misma y segura de su valer, poseedora de la verdad, que cree que siempre tiene la razón. Que se siente con el derecho a juzgar y condenar a los demás. El fariseo juzga, clasifica y condena. El fariseo no cambia, no se corrige ni se arrepiente de nada. Siempre cree que lo hace “perfecto”. Cree que tiene a Dios de su parte porque es observante, duro, trabajador, severo y nada se escapa a su control.

                Es muy difícil encontrar gente como el recaudar de impuestos. Nadie quiere decir ni pensar que debe reconocer sus pecados. Se vive sin conciencia de pecado pero se peca y de muchas maneras. Es difícil decir: “Señor, ten piedad de mí, que soy un pecador”. No es de buen tono hacerlo y decirlo. Es propio del hombre progresista suprimir toda experiencia de culpa, olvidar todo lo que pueda perturbar su conciencia. Ensayamos todo tipo de caminos para sacudirnos la culpa. La palabra “pecado” está desaparecida y se la reemplaza por “pequeños errores o faltitas”. En lugar del pecado instalamos la pomposa palabra de “debilidades” normales o de “fantasmas y cadenas” de una ´poca oscurantista. Sin embargo, la culpa se abrirá paso por otros canales dramáticos como angustia, inseguridad, tristeza, agresividad, insatisfacción, fracaso, soberbia, depresión, etc. El pecado es una realidad existencial que a todos nos envuelve y del cual no podemos salir por nuestra cuenta. Hay que abrirse al misterio de la Misericordia de Dios y confiar totalmente que sólo en Dios está el perdón, la reconciliación, la paz.

                 Un Saludo fraterno. Fr. Carlos A. Espinoza I. 

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