28° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)
¿Somos agradecidos con Dios, que en Jesús nos ha regalado el don de la vida nueva en nuestro bautismo? ¿De qué manera manifiesto la gratitud en la vida diaria? ¿Vivo una nueva relación con Jesús desde el reconocimiento de su acción redentora conmigo?
Textos
2Re 5, 10.14-17 “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel”
Sal 97, 1-4 El Señor manifestó su victoria.
2Tim 2, 8-13 “Pero la Palabra de Dios no está encadenada”.
Lc 17, 11-9 “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”.
Tanto la primera lectura como el evangelio de hoy nos hablan de lepra y de leprosos. La lepra era una enfermedad en sí misma y también se refería a diversas afecciones de la piel, que eran motivo de una impureza cultual que excluía de la comunidad. El leproso era ante todo un marginado, ya que su enfermedad le convertía en un extraño dentro de la vida y esperanza de su pueblo; y por eso se podía tomar como un maldito. Esto explica el esfuerzo y afán que pone Naamán, el leproso de la primera lectura, por encontrar la sanación hasta realizar un viaje al mismo Israel con ese fin. Decimos esto porque el evangelio de hoy nos narra un milagro de Jesús que beneficia a diez leprosos mientras van de camino. El gesto de Jesús que sana, significa fundamentalmente un gesto de acercamiento y nos recuerda que el leproso sigue siendo un hombre y participa en el regalo de la sanación que lo reintegra, renovado y lleno de esperanza, al modo como Dios quiere ofrecer su salvación al pueblo escogido. Pero hay otro aspecto en el evangelio de hoy que constituye el centro del mensaje: el agradecimiento que brota del hecho de reconocer la acción de Dios en Jesús y que se comunica a los hombres. Sólo un samaritano, considerado un extranjero para los judíos, descubre y agradece el don recibido. Los otros nueve sanados no se dan por enterados. Por eso Jesús le despide con la confirmación de la fe que ha mostrado este hombre: “Tu fe te ha salvado”.
Escuchemos atentamente hoy la llamada y novedad del encuentro con Jesús. Encontrarse con Él, si es en la verdad y en el amor, nunca será lo mismo de antes. Hay una situación nueva que introduce al hombre en el ámbito de la salvación, no por méritos sino por exclusiva gracia de Dios.
La primera lectura de este domingo nos prepara para acoger el evangelio. El texto está dentro del llamado “Ciclo de Eliseo” que se abre con la partida de Elías y del cual Eliseo es fiel discípulo y sucesor legítimo del gran Elías. Uno de los milagros de sanación de un enfermo crónico, como es el caso de Naamán de Siria, es muy notable porque se realiza a favor de un pagano que no pertenece a Israel. Podemos disfrutar de los detalles de la narración leyendo del segundo libro de los Reyes el capítulo 5. Por razones de brevedad, la liturgia selecciona unos versículos. Eliseo no entra en contacto con el enfermo, simplemente le manda el recado: “Ve a bañarte siete veces en el Jordán, y tu carne quedará limpia” (v.10). Naturalmente que a Naamán no le gustó para nada el proceder del profeta y muy enojado se marchaba. Siempre hay gente sencilla muy cuerda y sensata como es el caso de los servidores que le ayudan a reflexionar y a hacer lo que el hombre de Dios le había señalado. Obedece y se sumerge siete veces en el Jordán y queda limpio. Esto es motivo de un vuelco en la conducta de Naamán: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel” (v. 15). No sólo este reconocimiento sino el compromiso: “Porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor” (v. 17). El mensaje de esta lectura es claro: la salvación de Dios, el Dios de Israel, es para todos los pueblos y hombres de la tierra. No es una exclusividad de una raza o nación o grupo. Conviene no olvidarlo para una coherente comprensión de la misión evangelizadora de la Iglesia.
La segunda lectura está tomada de la segunda carta de San Pablo a Timoteo. El capítulo 2 contiene tres recomendaciones del Apóstol a su discípulo y colaborador. El texto de esta segunda lectura corresponde a la segunda recomendación y consiste en hacer memoria de Jesucristo crucificado, hecho central que permite comprender la realidad del sufrimiento que acompaña a los discípulos como un valor evangélico. Es muy importante hacer memoria de Jesús sin olvidar ni esconder la realidad humana que Él abrazó: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de la muerte, y descendiente de David” (v. 8). Esto constituye el núcleo de la Buena Noticia. El que resucitó victorioso es el mismo que padeció muerte de cruz y compartió con nosotros la condición humana. Hay siempre la tentación de acentuar un aspecto del misterio pascual olvidando el otro. El P. Anselm Grün llega a hablar de “una espiritualidad de arriba” con acento en la resurrección y “una espiritualidad de abajo” con acento en la condición humana del Señor. Lo cierto es que no podemos llevar las cosas a un extremo tal que terminemos olvidando el misterio pascual de Jesús. Es en el misterio pascual de Jesús, renovado constantemente en la eucaristía, que entramos en la maravillosa comunión y participación: “Si morimos con él, viviremos con él” (v. 11). Por cierto hemos muerto con Cristo y hemos sido sepultados con él en nuestro bautismo. Allí ha sido enterrado nuestro hombre viejo pecador pero también hemos resucitado con él, al convertirnos en nueva creatura a semejanza de Cristo. Toda la vida cristiana es el despliegue incesante de la experiencia fundamental de nuestro bautismo. ¿He comprendido así mi bautismo? ¿Lo aprecio y lo vivo cada día con renovada fidelidad? ¿Significó para mí el bautismo un nuevo nacimiento?
El evangelio de hoy nos ofrece un milagro, la curación de los diez leprosos y la incomprensión del signo de la cercanía de Dios en sus vidas, salvo la reacción del samaritano. El acento del evangelio de hoy está puesto en esto último. ¿Somos capaces de reconocer la acción de Dios en nuestra vida o nos enredamos en otras cosas? Esta sería la conclusión práctica del evangelio de hoy. Si consideramos que son diez los leprosos sanados en el camino mientras van a cumplir la palabra de Jesús: “Vayan a presentarse a los sacerdotes” (v. 14), el milagro de la sanación acontece sin ninguna otra palabra o intervención de Jesús: “Mientras iban, quedaron sanos”. De este modo Jesús responde a la súplica que los diez enfermos le dirigen “a cierta distancia y alzando la voz”: “Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros” (v. 13).
Nos puede parecer exagerado que solo uno de los diez reconozca y vuelva donde Jesús, mientras todos han sido sanados; pero esto es pan de cada día en la vida de la comunidad cristiana. Una gran mayoría ha recibido el bautismo pero sólo unos pocos viven con conciencia y compromiso este don de la vida nueva. San Juan Pablo II decía que había una inmensa cantidad de bautizados que viven como si nunca lo hubieran recibido. Es cuestión de observar nuestras ciudades, barrios, campos, colegios, parroquias. Hoy se repite lo mismo que San Lucas está denunciando en su comunidad cristiana. Esos pocos samaritanos de hoy y de siempre, como aquel del evangelio, de quien menos se esperaba porque era considerado un pagano por los judíos fervorosos practicantes de la ley, reaccionan positivamente ante la acción gratuita de Dios manifestada en Jesús y se dan cuenta que su vocación cristiana es pura gracia, regalo inmerecido, don de Dios, manifestación de su infinita misericordia. Son los que se dan cuenta que la cercanía de Dios a sus vidas es inesperada gracia. De ahí, la vuelta agradecida al Señor de la Vida.
Leamos y releamos el texto: “Uno de ellos, viéndose sano, volvió glorificando a Dios en voz alta. Y cayó a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Era samaritano” (vv. 15-16). El discípulo cristiano, el seguidor de Jesús, no vive su fe para dentro, en un intimismo cerrado, sino que proclama a viva voz la Buena Noticia. La mentalidad actual pretende que “cada uno es dueño de creer lo que quiera”. Podemos ser contagiados por una falsa concepción de la tolerancia. “Sube al cerro, mensajero, tu voz se alza como un grito. La ciudad oiga el anuncio del evangelio de Cristo”, expresa muy bien lo que se espera del cristiano. Una actitud torpe es callar el evangelio, no mencionar la cruz, no hablar de Cristo. ¿Por qué no somos creyentes creíbles? ¿Por qué guardamos silencio y nos encerramos en nuestros pequeños grupos?
Las preguntas de Jesús siguen teniendo una innegable vigencia: “¿No recobraron la salud los diez? ¿Ninguno volvió a dar gloria a Dios, sino este extranjero?” (vv. 17-18). Dejémonos interpelar por ellas. Hay demasiadas excusas para no vivir el camino de Jesús hoy día. Vivimos un cristianismo de la excusa como falta de tiempo, trabajo, necesito descanso, tengo que viajar, tengo que pasear el perrito, es muy larga la misa, yo creo en Dios y nada más, etc. etc. Ya el Papa Francisco denuncia que buscar catequistas es un drama, llamar a los jóvenes a la vida religiosa y sacerdotal es extraño porque no pega con las aspiraciones materiales. Un cristianismo sin compromisos es una quimera. Seguir a Cristo es abrazar un estilo de vida cuya fuente es el amor a Dios y el servicio al prójimo. Existe un “cristianismo a la carta”, a gusto del consumidor.
La escena evangélica culmina con esas palabras de Jesús dirigidas al extranjero que volvió a dar gracias: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado” (v. 19). Es la fe que le ha llevado a reconocer la increíble cercanía de Dios a través de Jesús. Los otros nueve estaban preocupados sólo de cumplir la ley, que mandaba que los sacerdotes certificaran la sanidad de un leproso.
Nada más por hoy. Que el Señor nos bendiga y nos guarde de engrosar el número de los nueve sanados que no reconocieron ni agradecieron el don recibido gratuitamente de Jesús.
Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.