31° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)
“El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza. Ciertamente, Dios llama a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por ello, quedan vinculados por su conciencia, pero no coaccionados… Esto se hizo patente, sobre todo, en Cristo Jesús. En efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión, él no forzó jamás a nadie”. (CIC 160).
Textos
Sab 11, 22-12,2 “Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho”. Sal 144, 1-2.8-11.13-14 Bendeciré al Señor siempre y en todo lugar.
2Tes 1, 11-2,2 “Que Dios los haga dignos de su llamado”.
Lc 19, 1-10 “El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.
¿Es la fe un hecho involuntario, espontáneo? Es muy clarificador el texto del Catecismo de la Iglesia Católica que hemos citado. Y si el encuentro con Dios acontece inesperadamente, siempre queda en la persona la capacidad de decir Sí o rechazarlo con el No. De ahí que la fe, que nos abre al encuentro personal con Dios, es gratuidad absoluta, es gracia inmerecida, regalo inesperado. Acoger el don de Dios queda a disposición de nuestra voluntad libre pero una vez que damos una respuesta positiva, en conciencia, quedamos comprometidos con el Señor. Ese compromiso, cimentado en una palabra humana real, tiene consecuencias enormes que se pueden resumir en la palabra conversión, es decir, cambio de vida, cambio de estilo de vida, cambio de hábitos. Quienes han abrazado el don de la fe cristiana quedan vinculados a Cristo y al Evangelio en conciencia, que es más que “sentirse obligados a cumplir”. Por desgracia hay mucho cristiano que ha perdido la brújula de su vida cristiana. Tienen la tentación de reducir su fe a un tema de cumplimientos aislados, esporádicos, puntuales. Y la fe cristiana es un estilo de vida, una forma de vivir en las distintas situaciones siempre desde Cristo y su Evangelio. Así llegamos a producir un cristianismo donde predomina el divorcio entre la fe y la vida real, entre el Evangelio y los compromisos humanos. Muchos viven una realidad de dicotomías entre rezar y vivir, misión y trabajo humano, etc.
Les invito a mirarnos en el espejo de la Palabra de este domingo. Invoquemos al Espíritu Santo para nos ilumine el camino de una fe comprometida con un cambio radical de la vida personal. Sólo la Palabra puede convencernos de la urgencia de la conversión personal como desafío irrenunciable de nuestra fe en el Señor.
Del Libro de la Sabiduría, 11, 22 – 12, 2
El texto de la Sabiduría que escuchamos hoy, es considerado uno de los más bellos del Antiguo Testamento. Y con toda razón. Junto con resaltar la omnipotencia de Dios por sobre el mundo creado, que no pasa de ser “como grano de arena o como gota de rocío mañanero”, el autor resalta la misericordia infinita de Dios para con sus creaturas: “Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan” (v. 23). La omnipotencia de Dios también se muestra en el perdón que restituye al hombre pecador a su dignidad. Esto es tan consolador que llena de esperanza y abre a la confianza. Dios se compadece de todos, sin importar la gravedad de sus pecados y así quiere que todos los hombres se salven. Es uno de los frutos del Año de la Misericordia: recordarnos esta siempre necesaria buena noticia ante un mundo que vive sin esperanza y en una porfiada desconfianza de todo y de todos. La misericordia es la otra cara del amor de Dios por nosotros: “Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado” (v. 24). Todo existe por esa voluntad amorosa con que ha sido creado por Dios. Y el relato del Génesis sobre la creación repite sin parar “y vio Dios que todo era bueno”. Y cuando hemos olvidado estas certezas de nuestra fe, el hombre se siente con derecho a destruir la creación mediante su apetito consumista insaciable. Vemos nuestras ciudades y nos es difícil decir que son los lugares acogedores y dignos de los seres humanos que las habitan. Una espiritualidad ecológica es esencial en estos tiempos, dado el desprecio por el medio ambiente, la falta de sentido con que se mira el mundo creado por Dios. Termina este precioso texto diciendo: “Todos llevan tu soplo incorruptible” (12, 1). Otro olvido gigantesco en la sociedad de hoy, razón por la cual asistimos al interminable listado de seres humanos maltratados, marginados, desterrados, muertos, sin esperanza. Todo hombre y mujer poseen una dignidad que nadie se las puede arrebatar, son creaturas de Dios. El tema de la vida no se reduce al penoso tema del aborto, siendo el más grave de los atentados contra vida humana, pero igualmente perverso es el espectáculo de la extrema pobreza, de los atropellos a la dignidad humana, etc. El Señor no se cansa de llamarnos y de ejercitar su paciencia misericordiosa: “Por eso corriges poco a poco a los que caen, les recuerdas su pecado y los reprendes, para que se conviertan y crean en ti, Señor” (12.2). El pecador se equivoca cuando piensa que Dios no ve ni se da cuenta del mal en que está metido. El Señor, por el contrario, no nos abandona. Espera nuestra conversión y nuestro acto de fe en Él. Admirable actitud de Dios sin lugar a dudas. En los más diversos vericuetos del camino del hombre, el Señor nos está siempre esperando para ejercer su amor misericordioso. ¿Entendemos así la acción de nuestro Dios y Padre? ¿O seguimos creyendo que es un padre vengativo que gusta ver sufrir a sus hijos? ¡Cuán extraña es nuestra imagen de Dios, cuán lejos está de la Divina Revelación!
De la segunda carta de San Pablo a los cristianos de Tesalónica 1, 11- 2,2
Una emoción especial sentimos ante este texto. Es la primera carta de San Pablo, dirigida precisamente a la comunidad cristiana de Tesalónica. Y es el primer escrito cristiano de finales del siglo I de nuestra era cristiana y nos permite penetrar en la vida y preocupaciones de las comunidades cristianas situadas en el mundo griego o helénico. Una de las inquietudes de los cristianos de la primera época fue precisamente la pronta venida de Jesús por segunda vez. Creían que la Parusía estaba a las puertas. San Pablo les pone en aviso sobre los infaltables “profetas” y agoreros que perturban con sus anuncios de la inminente llegada del Día del Señor. Y les invita a permanecer cumpliendo su llamado o vocación y su misión apostólica. Hay que preocuparse de la vida cristiana y de la evangelización, más que de “fin del mundo”, “catástrofe cósmica” y otros anuncios de moda que mantienen a los incautos bajo presión incesante. Es mejor preocuparse de la conversión y de la misión que Jesús nos encomendó. Si así fuera, no tendríamos tiempo para andar detrás del último anuncio catastrófico de las redes sociales, por ejemplo.
Del evangelio según san Lucas 18, 1 – 9
Conocer a Jesús tiene siempre consecuencias. Cuando se trata de pobres que no tienen nada o muy poco, no tienen que dejar nada externo como bienes materiales cuando quieren seguir a Jesús. Pero ¿qué sucede cuando el que se encuentra con Jesús es un rico en bienes materiales? ¿Qué pasa cuando el convertido es un rico, qué pasa con sus bienes? A esto responde el evangelio de Zaqueo, verdadero paradigma del que conociendo a Jesús, no sólo se despoja con prontitud de lo material sino que permite que su corazón también sea transformado por la gracia, para abrazar el proyecto de la justicia del Reino de Jesús.
La relación de Jesús con los publicanos, y Zaqueo era “jefe de los recaudadores de impuestos y muy rico”, dice el texto (v. 2), se expresa en el perdón que les otorga cuando se han acercado a Él. Si, en general, el publicano o recaudador de impuestos era despreciado y asimilado a los pecadores públicos por su relación con el poder pagano ocupante, los impuestos eran para Roma, y por sus frecuentes cobros excesivos de los mismos, Jesús los acoge. ¿Qué implica el perdón de Jesús respecto a la fortuna mal adquirida? El evangelio de este domingo nos ayuda a descubrir lo que la gracia le exige a un hombre rico.
Un día este hombre rico, que seguía su propio estilo de vida como jefe de los recaudadores de impuestos, sintió algo nuevo, una curiosidad por saber quién era Jesús. Para ello, emprende el intento por acercarse por donde Jesús iba a pasar; a primera vista, encuentra obstáculos: mucha gente y bajo de estatura, que le impiden lograr su propósito. Frente a estos obstáculos, Zaqueo se las ingenia y se adelanta un poco, se sube a un árbol desde donde esperaba cumplir su deseo, pues por allí pasaría Jesús. Y, he aquí que acontece lo inesperado. Dice el relato: “Cuando Jesús llegó al sitio, alzó la vista y le dijo: - Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa” (v. 5). Jesús rompe toda norma de urbanidad: se hace el invitado a casa de Zaqueo y se hospedará. Jesús conoce a Zaqueo en su miseria, se adelanta y llama. Y Zaqueo lo recibe: “Bajó rápidamente y lo recibió muy contento” (v. 6). Admiramos la fineza de Jesús y la prontitud y alegría de este pecador. No es fácil para Jesús el camino que ha tomado a favor de este pecador rico. Dice el texto que: “Al verlo, murmuraban todos, porque entraba a hospedarse en casa de un pecador” (v. 7). No podemos esperar el aplauso por nuestra coherencia con el Señor y su Evangelio. Generalmente recibiremos la incomprensión de los de fuera, los que no logran comprender la fuerza del amor misericordioso de Dios y también de los de dentro, la propia familia, la comunidad.
Zaqueo descubre que aceptar a Jesús es recibir la gracia de Dios y que implica un cambio de actitud y de conducta. No bastan los deseos, es necesario ponerlos en práctica: Donde he robado haré justicia dando cuatro veces más de aquello que he quitado; y la mitad de mi dinero, lo pondré a disposición de los demás. Esto significa acoger a Jesús: cambiar de estilo de vida. Por eso Jesús declara: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también él es hijo de Abrahán, porque el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo perdido” (v. 9 – 10).
Concluyamos. ¿Pienso que la vida cristiana sólo se refiere a la vida espiritual? ¿Acepto que ser cristiano tiene consecuencias prácticas que repercuten en todos mis semejantes? ¿Qué consecuencias sociales y económicas tiene la salvación cristiana? ¿Acaso Cristo no vino a proponer un cambio a todo nivel? ¿Estoy atento al “paso de Dios” por mi vida concreta?
Un saludo fraterno. Que el Señor nos bendiga y nos guarde. Fr. Carlos A. Espinoza I.