6º domingo durante el año. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

6º domingo durante el año. Comentario del Evangelio

Viernes 10 de Febrero, 2017

 
"Jesús de Nazaret no fue un predicador liberal ni un activista anárquico. Por el contrario, quiso cumplir la ley de Dios en su intención más honda como expresión de la voluntad de Dios. Esto fue posible porque el centro de su vida y de su propuesta es el Reino de Dios. Desde aquí es posible entender el radicalismo con que vive y llama".

6° DOMINGO DURANTE EL AÑO

2017, Año de Cristo Redentor

“Preguntas ¿cuál es el camino? Fíjate que el Señor dice en primer lugar: Yo soy el Camino. Antes de decirte a dónde, te indica por dónde. Yo soy – dice – el camino. ¿El camino hacia dónde? La verdad y la vida. Primero dice por dónde has de ir, luego a dónde has de ir. Yo soy el camino, yo soy la verdad, yo soy la vida. Permaneciendo junto al Padre, es verdad y vida; haciéndose hombre se hizo camino” (San Agustín, Tratado 34 sobre san Juan 9).

Textos 

Eclo 15, 15-20   “Es inmensa la sabiduría del Señor”.

Sal 118, 1-2.4-5.17-18.33-34     Felices los que siguen la ley del Señor.

1 Cor 2, 6-10      “Hablamos de una sabiduría divina, misteriosa, escondida”.

Mt 5, 17-37        ”No piensen que he venido a abolir la ley o los profetas”. 

                                      

                  Cuando hay un letrero que anuncia que hoy se rebajan todos los precios de la mercadería existente en el local, no cabe duda que habrá público de sobra hasta agotar todo. Para muchos cristianos, Jesús podría parecer como quien hace rebajas para entrar más rápidamente al cielo. A primera vista, no nos entusiasma la imagen de Jesús que emerge hoy del pasaje evangélico que proclamamos en este domingo sexto, como un Jesús celoso cumplidor de la ley que llega a afirmar que “quien la cumpla y la enseñe será considerado grande en el reino de los cielos” (v. 19). No es el Jesús que más nos entusiasma, porque no corresponde a nuestras expectativas de rebajar las exigencias, especialmente en lo relacionado con la ley, las obligaciones, las exigencias. Para nuestra sorpresa, Jesús vino para cumplir la ley en su integridad, y con una radicalidad que nos puede parecer insoportable. Así lo proclamó en el sermón de la montaña que, veinte siglos después, sigue siendo el núcleo del mensaje de Jesús.

                  Si nos detenemos en el evangelio de hoy, en cada uno de los cuatro puntos importantes que Jesús aborda, los cuatro introducidos con una expresión típica: “Ustedes han oído que se dijo a los antiguos” y la magnífica novedad que Él trae cuando dice: “Pero yo les digo..”, descubrimos que Jesús se sitúa con unas exigencias inauditas, porque no basta con el cumplimiento externo de la voluntad de Dios sino que hay que buscar en cada momento esa voluntad divina no escrita, el espíritu o intencionalidad de sus mandatos y no sólo la letra de los mismos. Tendemos a bajarle el perfil a las exigencias de Jesús; nos hubiera resultado más cómodo ser seguidores de quien quitara importancia a la voluntad divina, nos rebajara sus exigencias o las redujera a los momentos en que nos sentimos con ganas de respetarlas. Sería “un cristianismo a la carta”, al gusto del consumidor y la Iglesia, una tienda de rebajas. ¿Qué pide Jesús, qué nos exige si queremos ser sus discípulos? Jesús nos pide, ni más ni menos, una obediencia tal, que a nosotros mismos nos parezca imposible.

                  El cristianismo no es “minimalista” sino “maximalista”. Lo que Jesús y el Evangelio nos proponen no son cosas obvias ni fáciles; por el contrario, rompen toda lógica humana, van hasta el extremo de lo humanamente imposible.

                  Pasemos al momento que queremos que los textos bíblicos nos ayuden a comprender esta “lógica de Dios” que no es la nuestra por cierto. La Palabra es el espacio donde la voluntad de Dios se percibe como invitación a ponerla en práctica como lo hizo María, Nuestra Madre.

                  Eclesiástico 15, 16-21

                  Esta obra sapiencial fue escrita hacia el año 197 antes de Cristo con el fin de reafirmar la fidelidad a la ley y a la tradición de los mayores, en los judíos de la Diáspora, es decir, los que vivían sometidos a la influencia de la cultura helénica dominante entonces. Su texto original fue escrito en hebreo el que desapareció muy pronto. Un nieto de su autor hizo una versión en griego hacia el año 132 antes de Cristo. Jesús Ben Sirá se manifiesta como un hombre  que ha dedicado tiempo al estudio, a la enseñanza y  a la exposición de la sabiduría tal como antiguamente se la entendía unida a la sensatez  o prudencia. Su método del saber incluye la experiencia, la observación y la reflexión, sin dejar de lado el valor de la tradición y la necesidad de la oración.

                  El texto de la primera lectura de este domingo es muy decisivo en la vida del hombre. Se trata de esclarecer el origen del pecado dejando absolutamente claro que Dios no tiene ningún vínculo ni directo ni indirecto con el problema del pecado en nosotros. El versículo 14 sienta el principio fundamental: “El Señor creó al hombre al principio y le entregó el poder de elegir”. Y la Biblia será unánime en afirmar esta certeza. Nuestra lectura de hoy desarrolla el tema de la libertad personal para elegir el bien o el mal, la vida o la muerte. En consecuencia, el pecado, el mal y todos los demás antivalores existentes en el mundo, no son obra de Dios ni corresponden a su designio sobre el mundo. Reconocer que el hombre ha sido creado por Dios y dotado de libertad para elegir es fundamental para comprender el plan original de Dios, pero, al mismo tiempo, el hombre puede trastocar ese plan de Dios cuando, en lugar de optar por el bien, decide hacer el mal. Esto lleva a reconocer la grandiosa sabiduría de Dios: “Es inmensa la sabiduría del Señor, su poder es grande y todo lo ve” (v. 18). ¿Puedo culpar a Dios del mal que hago o que recibo? ¿Es cierto que Dios nos prueba o nos tienta? ¿Cuándo el hombre se hace verdaderamente libre? ¿Por qué buscamos fuera de nosotros las causas del mal o pecado que hacemos?

 

 

                  Primera carta a los Corintios 2, 6-10

                  San Pablo ya nos ha planteado que hay dos tipos de sabiduría, la del mundo o terrena y la sabiduría de Dios que se hace inalcanzable para los jefes de este mundo. La clave para entender esta “sabiduría de Dios, misteriosa y secreta” la encontramos en el último versículo de esta segunda lectura de hoy. En efecto dice Pablo: “A nosotros nos lo ha revelado Dios por medio del Espíritu; porque el Espíritu lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios” (v. 10). El Espíritu Santo es el gran animador de la vida cristiana, el alma de la comunidad cristiana. Porque sólo el Espíritu conoce la intimidad de Dios, sólo Él puede revelarlo y hacerlo comprender. Para que el Espíritu pueda revelarnos las profundidades de Dios es necesario que el discípulo cristiano entre en sintonía, es decir, que le abra las puertas de su ser más profundo al Espíritu Santo. Sólo  así puede comprender la sabiduría de Dios, misteriosa y secreta de que nos habla San Pablo. Se trata de una vida de comunión entre el Espíritu y el discípulo, sin la cual no se da esa sabiduría divina que se abre con Cristo crucificado. En esto consiste la auténtica experiencia de Dios de que habla el profeta: “Ningún ojo vio, ni oído oyó, ni mente humana concibió, lo que Dios preparó para quienes lo aman” (v. 9). ¿He abierto las puertas de mi intimidad de par en par para acoger el amor del Espíritu Santo? ¿Qué resistencias pongo a esa experiencia de intimidad y comunión? ¿Es mi fe muy de piel, superficial, sin esta sabiduría de Dios de que habla la Palabra?

                  Evangelio de San Mateo 5, 17 – 37

                  Jesús  de Nazaret no fue un predicador liberal ni un activista anárquico. Por el contrario, quiso cumplir la ley de Dios en su intención más honda como expresión de la voluntad de Dios. Esto fue posible porque el centro de su vida y de su propuesta es el Reino de Dios. Desde aquí es posible entender el radicalismo con que vive y llama. Para quien la perspectiva que tiene no es la de Jesús, le parecerán exigencias utópicas e impracticables; un discípulo que está en comunión con la perspectiva de Jesús puede abrazar, aunque sea consciente que nunca será perfecto en su cumplimiento, las consecuencias de esta opción por el Reino. Recordemos la palabra de Jesús: “Si vuestra justicia no es superior a la de los fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. ¿Acaso basta con cumplir la ley?

                  Tengamos presente que la sección de Mt 5, 17 – 48 se refiere íntegramente a la relación entre Jesús y la Ley, y en ella queda clara la postura de Jesús frente a la Ley, la Torá. Esta toma de postura se da en términos genéricos bajo la expresión “la ley y los profetas” que incluye toda la Sagrada Escritura y luego en las famosas antítesis de Mateo, encabezadas por la expresión: “han oído que se dijo… pues yo les digo”. De las seis de éstas, el evangelio de hoy nos ofrece cuatro.

                  La primera  se refiere al quinto mandamiento No matarás (v.21). ¿Qué nos propone Jesús a quienes nos consideramos y somos sus discípulos? Restablecer la dignidad del otro y nos propone una serie de consecuencias que marcan la relación con el prójimo desde el corazón. Así son contrarios al mandamiento: el odio interior, el insulto al hermano, la incapacidad de perdonarle, el mal que se le desea o el bien que se le niega, etc. y cuantas otras maneras de negar al prójimo su vida y sus derechos. Para Jesús, el amor al prójimo no se reduce a no hacer el mal a nadie; más bien, deseaba ver en sus seguidores un amor que hiciera el bien incluso a quien no lo hubiera merecido. Jesús exige que el prójimo resuene no sólo en una ley externa de “no matar” sino en el amor  y respeto que es la clave del seguimiento auténtico. No nos podemos salvar sólo sirviendo a Dios; hay que salvarse amando y sirviendo al prójimo.

                  La segunda se refiere al “No cometerás adulterio” (v.27). ¿Qué propone Jesús a sus discípulos? El adulterio, prohibido por la Ley, que consiste en la relación sexual entre un hombre casado o no y una mujer casada, pues tal relación violaba el derecho de propiedad que tiene el marido respecto de su mujer, es severamente castigado. Las dos partes involucradas eran castigadas con la pena de lapidación que llevaba a cabo la comunidad. Jesús nos propone: no basta con evitar el pecado, hay que dejar de desearlo, pues ya con un deseo impuro atentamos contra el matrimonio o rompemos con la exigencia de fidelidad matrimonial. Es posible que el cuerpo no haya pertenecido a nadie pero esto no garantiza que nuestros deseos más íntimos no hayan violado el sagrario interior. No basta con la formal fidelidad exterior o corporal que puede ser signo de frialdad y desinterés; al prójimo se le debe respetar también en nuestro corazón. La situación de la sexualidad de hoy es signo patético del atropello al prójimo, el abuso e invalidación del derecho que toda persona tiene a ser respetada en su intimidad. Hay un ejercicio deshumanizante y una forma grotesca de violencia fraterna en el ámbito afectivo – sexual. Hace mucho bien volver a leer con detención esta enseñanza magistral de Jesús. Necesitamos evangelizar nuestro mundo afectivo – sexual también aspecto central de la santidad auténtica que Jesús nos pide a todos. La sexualidad se vincula con el dominio o poder tiránico que puede llegar hasta la destrucción del otro. 

                  Que el Señor nos ayude a comprender su propuesta de humanización y vida nueva para una humanidad enferma y esclavizada por las tendencias más invasivas que someten a los demás, a pesar de tanto alarde de derechos humanos. La letra mata, solo el Espíritu vivifica.

                  Un saludo fraterno y que Dios nos bendiga.     Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

 

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