4° Domingo de Cuaresma. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

4° Domingo de Cuaresma. Comentario del Evangelio

Domingo 26 de Marzo, 2017

 
Seguimos en el Libro de los Signos del cuarto evangelio. Se trata del sexto signo según el orden seguido por Juan y, como es habitual, contiene varios diálogos y controversias que ayudan a comprender lo sucedido, es decir, Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento.

4° DOMINGO DE CUARESMA (A)

Año 2017 de Cristo Redentor

 “Mientras es de día, tienen que trabajar en las obras del que me envió. Llegará la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo. He venido a este mundo para un juicio, para que los ciegos vean y los que vean queden ciegos” (Jn 9,4-5.39).

Textos

1Sam 16, 1.5-7.10-13     “Levántate y úngelo, porque es éste” 

Sal 22, 1-6                El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. 

Ef 5, 8-14             “Ahora son luz por el Señor”.

Jn 9, 1-41            “Fue, se lavó y al regresar ya veía”.

                Continuamos con otros dos signos bautismales, en la línea del domingo pasado, donde el signo bautismal por excelencia es el agua y el Espíritu Santo; nos referimos a la unción con aceite y la luz. De este modo, la cuaresma nos va preparando para la majestuosa Vigilia Pascual estructurada con la abundancia de la Palabra de Dios, la Luz y la renovación de las promesas bautismales. Porque la Pascua, centro y corazón de la vida cristiana, se hace “nuestra pascua” introduciéndonos en la Pascua de Cristo a través de los sacramentos, signos de vida nueva. Y bien sabemos que el bautismo es la puerta de entrada a la salvación y desde él se despliega, a través de la vida del bautizado, toda la riqueza de una vida nueva, verdaderamente resucitada, una vida santa cuyo maestro interior es el Espíritu Santo. Por el bautismo entramos en la intimidad de la vida trinitaria, una comunión con el Padre por medio del Hijo y en el Espíritu Santo. Como tan bien lo recuerdan los obispos en Aparecida cuando dicen: “La experiencia bautismal es el punto de inicio de toda espiritualidad cristiana que se funda en la Trinidad” (DA 241). Nos hace bien volver a los fundamentos de nuestra fe cristiana. Olvidarlos es grave porque llevaría a distorsionar la misma vida cristiana. Desde “la experiencia de un Dios uno y trino, que es unidad y comunión inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos plenamente en el servicio al otro”. De lo contrario, el encuentro con Jesucristo divaga en las más increíbles experiencias humanas y espirituales.  Creer en Jesucristo significa acceder al misterio de Dios uno y trino, y no cualquier situación puede ser catalogada como verdadero encuentro con Él. De este modo nos encontramos con la Luz, que es Dios uno y trino, misterio que siempre nos atrae y nos supera; sin embargo, razón de nuestra existencia.

                Dejemos que la Palabra de Dios nos ilumine la mente y mueva nuestro corazón rudo y empedernido, tan resistente a la acción del Espíritu Santo y tan tormentoso como lo recuerda el profeta Jeremías. Volvamos a la belleza de nuestra vocación y misión cristiana, volvamos a Dios.

                Del primer libro de Samuel

                El texto nos recuerda aquel momento, particularmente delicado, cuando Samuel, el sacerdote de Dios, debe discernir cuál de los ocho hijos de Jesé quiere Dios como rey de Israel. Saúl, el primer rey, había hecho las cosas a su manera y terminó muy mal. El texto nos deja una lección clara: nuestras miradas no son coincidentes con los caminos de Dios. Nos fijamos en las apariencias externas pero Dios ve el corazón. Dios no ve como ven los hombres, tiene su propia manera de examinar a cada uno. Esto indica que cuando actuamos o elegimos o decidimos es muy mal consejero quedarse con la propia mirada o juicio; es saludable asumir nuestra fragilidad en el ver y juzgar con el propósito de buscar, junto a otro, qué es lo que corresponde hacer o decidir. Dos o más ayudan a ver mejor. Samuel era sacerdote pero no por eso podía eximirse de este sano ejercicio de discernir lo que Dios quiere. Por otro lado, Dios elige a su manera, normalmente lo más insignificante y pobre. Esto  no dejará de plantear graves objeciones a la búsqueda de personas que cumplan con los perfiles deseados. Aún así confiamos en la rectitud de la búsqueda pero, en el plano de la jefatura de un pueblo, del gobierno de una diócesis, etc. etc. el discernimiento es muy importante. Samuel unge  al más pequeño, pastor de ovejas, “de buen color, de hermosos ojos y buen tipo o buena presencia”. No tenía las condiciones atléticas de los otros hermanos ni la fuerza física que se esperaba. Dios elige a quien quiere. La unción con aceite lo consagra en medio de sus hermanos como rey y, desde aquel momento, “invadió a David el Espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante” (v. 13). En David, el ungido por Dios, se nos ofrece la futura realidad del Mesías, también ungido por el Padre en el bautismo con el Espíritu Santo que desciende sobre él y permanece con él. Y el cristiano será también ungido en su bautismo y recibe el Espíritu Santo que se queda en él morando como en su templo. Gracias a la unción adquirimos la triple condición de rey, profeta y sacerdote. Y formamos un pueblo de reyes, de profetas y sacerdotes. ¡Qué bella dignidad hemos adquirido por Cristo! Cuidémosla y vivámosla.

                De la carta de San Pablo a los Efesios

              Estamos inmersos en la vida cristiana que ya resplandece en las noveles comunidades cristianas en suelo pagano. El gran problema es que estos convertidos al evangelio no han dejado del todo su anterior condición social y religiosa pagana. El texto de esta segunda lectura señala claramente, a través de  símbolos de luz y tinieblas, lo que acontecía  a estos cristianos venidos del paganismo. El tono es exhortativo, invita a considerar los dos estilos de vida que han llevado: “Porque si en un tiempo eran tinieblas, ahora son luz por el Señor: vivan como hijos de la luz” (v. 8). Hay un “antes” y un “ahora” cuando hablamos en verdadero lenguaje cristiano. Todos podemos tener un “antes” de haber vivido un encuentro personal con Jesucristo y un “ahora” que despliega la belleza de una vida iluminada. Efectivamente no es nuevo el panorama en que viven las comunidades cristianas de entonces y de hoy. Había perversiones y vicios vergonzosos en el imperio romano como signos de una decadencia moral generalizada. Nada nuevo en el “ahora” de nuestras sociedades. También se los consideraba como hechos normales y bien vistos. Precisamente en eso consiste la tiniebla: andar en una vida oscurecida por los vicios y corrupciones. Aunque se aplauda y apruebe, la oscuridad no cambia. Esta tensión entre volver a las tinieblas o permanecer en la luz es nuestra realidad. Entendemos entonces el llamado urgente del Apóstol a los cristianos: “Nadie los engañe con argumentos falsos...No se hagan cómplices de los que obran así” (v. 6.7). Dejarse engañar y hacerse cómplices es muy grave desde el punto de vista de los frutos de la luz, “toda bondad, justicia y verdad”. Clave de la conducta cristiana: “Sepan discernir lo que agrada al Señor” (v.10). Pero también es indispensable “desenmascarar el mal” para lo cual se requiere coherencia: “No participen en las obras estériles  de las tinieblas, al contrario denúncienlas” (v. 11). Y la primera forma de denuncia es tratar de vivir en la luz, es el testimonio personal y ojalá comunitario del estilo nuevo de Jesús. Un buen examen de conciencia nos ayuda a saber dónde estamos parados y viviendo.

                Del Evangelio según San Juan

                Seguimos en el Libro de los Signos del cuarto evangelio. Se trata del sexto signo según el orden seguido por Juan y, como es habitual, contiene varios diálogos y controversias que ayudan a comprender lo sucedido, es decir, Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento. La narración parte de ese inmenso contraste entre la alegría y luminosidad de la fiesta judía de las Tiendas, en que el atrio del templo era iluminado con grandes antorchas y la proclamación de que Jesús es la Luz del mundo a través de un signo, el ciego de nacimiento que recupera la vista, por una parte y, por otra, la penosa realidad de los fariseos que presumen ver pero en realidad permanecen en las tinieblas. El texto nos ofrece un atractivo dinamismo interno en el camino de un creyente.

                Estamos ante una catequesis bautismal que Juan ofrece a su comunidad. El milagro es una iluminación y una nueva creación; comienza con el barro y el lavado que Jesús ordena al ciego. Todo comienza por el encuentro de Jesús con un hombre ciego de nacimiento lo que provoca la pregunta de los discípulos acerca de la causa de la ceguera que ellos remiten al pecado de los papás o del ciego. Al respecto, hay que decir que la ceguera estaba muy extendida en Oriente y se la consideraba como un castigo de Dios.  Los ciegos estaban obligados a mendigar, aunque la ley recomendaba socorrerlos. Su curación era rarísima. Así los discípulos comparten esa convicción social generalizada.  Hay que entender la afirmación de los judíos en el segundo interrogatorio al hombre que había sido ciego: “Tú naciste lleno de pecado ¿y quieres darnos lecciones?”(v. 34) en este mismo sentido.

                Jesús rechaza de plano semejante creencia e indica el “para qué” de esa ceguera. “Ni él pecó ni sus padres; ha sucedido así para que se muestre en él la obra de Dios” (v. 3). Y la obra de Dios es la que el Padre le ha encomendado realizar a Jesús como “luz del mundo”. Es la razón de su presencia en medio nuestro. Y de inmediato realiza las acciones vinculadas al barro que nos remiten al acto de la creación del hombre (Gn 2,7) y al gesto de la unción (poner el barro en los ojos). El envío a lavarse a la piscina de Siloé, que significa enviado. Siempre las palabras de Jesús están respaldadas por sus acciones. El ciego hace lo que le indica y queda sanado de su ceguera. Se comporta como un verdadero discípulo de Jesús, “Luz del mundo”; también adquiere la luz que le permite ver. Pero esto es sólo el inicio de un largo itinerario de discípulo.

                A partir de este momento el hombre que había sido ciego y ahora ve, empieza a enfrentar los diversos obstáculos que, en definitiva, señalan que no es él el problema sino quien lo había sanado. Se abren los escenarios de controversia. El primer lío lo tiene con los vecinos: v. 8 – 12. Llama la atención la respuesta del v. 9, idéntica a la de Jesús: Soy yo. Y como no aceptan sus palabras le llevan a contar una y otra vez la historia de su sanación. El hombre sanado no sabe otra cosa que “Ese hombre que se llama Jesús... y que hizo esto y esto (v. 11). No sabe nada más de él.

                Segundo interrogatorio: los fariseos que saben que el milagro aconteció en día sábado: vv. 13 – 17. En este segundo comparendo del hombre sanado hay  otro paso en su comprensión de Jesús: “Y tú, ¿quién dices del que te abrió los ojos? Contestó: - Que es profeta” (v. 17). Para los fariseos está claro que: “Ese hombre no viene de parte de Dios, porque no observa el sábado” (v. 16).

                Tercer interrogatorio: los fariseos llaman a los padres del hombre sanado: vv. 19- 23. Resalta la respuesta que reconoce que se trata de su hijo que nació ciego pero no saben cómo  ni quién le abrió los ojos. Dejan todo bajo la responsabilidad del hombre sanado: “Pregúntenle a él, que es mayor de edad y puede dar razón de sí” (v. 21).

                Resaltemos que el resultado del cuarto interrogatorio, nuevamente con el hombre sanado y ante los fariseos: vv. 24 – 34, termina con la expulsión del interrogado. Culmina el relato con el encuentro de Jesús con el hombre sanado: vv. 35 – 38. Resaltemos la revelación de la identidad de Jesús a este hombre: “Jesús le dijo: Lo has visto: es el que está hablando contigo. Respondió: Creo, Señor. Y se postró ante él” (v.37.38).

                Enseñanza magistral: el que acepta a Jesús, el Hijo del Hombre, tarde o temprano, será rechazado y expulsado y perseguido por su causa. Las tinieblas, el mundo viejo, deshumanizado e idolátrico, no aceptan a Jesús y su Evangelio porque significa un vuelco radical, un cambio de orientación de la vida no sólo individual sino también comunitaria. Un modo nuevo de ver y juzgar la vida, la historia, la sociedad. ¿Estamos dispuestos a vivir así nuestra aventura de discípulos de Jesucristo?

                En el Año de Cristo Redentor hay que poner el pecho a la balas que no faltan si queremos ser levadura en la masa o sal que sazona o luz que ilumina o redentor que redime.

                Un saludo y hasta pronto.                           Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

 

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